Existen personajes, hechos, recuerdos que van ineludiblemente atados a una fecha, a un mes, a una época del año. En noviembre hemos amarrado a personajes que fueron artífices de la vida española por un número más o menos largo de años. Fueron protagonistas de una parte de la Historia y en la Historia quedarán, porque ésta no desaparece. Se olvida, se oculta, se elogia o se insulta. Pero el rodar del tiempo que no tiene fin, la hace girar con más o menos eco o fuerza, según las conveniencias del momento y de las circunstancias.

Noviembre es un mes apto para pensar en personajes, verdaderos o de ficción, que van inconfundiblemente ligados con nuestra idiosincrasia. Y la lista va creciendo.

Sin dudas para mi unos de esos personajes nació en la fantasía de un autor teatral vallisoletano, que tuvo relaciones literarias e históricas con Huelva. Un ente imaginario que era copia de nuestra propia naturaleza española. Los críticos teatrales no han terminado de juzgar el valor de esa poesía, sencilla, pegadiza, popular, que se iba metiendo en el espectador.

Todos los años yo también acudo puntualmente a la Hostería del laurel, siendo fiel a esas dos figuras inmortales que fueron don Juan y don Luis. Estoy seguro de que quitando a los alumnos de no sé qué curso de enseñanza (las variaciones habidas enloquecen a uno), la juventud se olvidó de aquel prototipo de caballero valiente, pendenciero, enamoradizo, bribón, altivo, mujeriego, que años y años durante una centuria, mantenía la atención de los espectadores que a la vez que los actores iban pronunciando el texto de la célebre obra, que llevaba como título el del protagonista de la obra.

Noviembre de Talía, con difuntos que salen de su sepultura, con sombras fantasmagóricas que rodean la mente nublada, con tañido de campanas pausadas, lentas, tristes, que anuncian cortejos fúnebres a medianoche... Un mes que guardamos para estos recuerdos y donde la figura eterna de don Juan Tenorio nos hace ver que el misterio de la vida y de la muerte, pese a una existencia controvertida, discutida, analizada entre odios y alabanzas, termina con la gloria de perdón con la clemencia y el arrepentimiento.

He dialogado muchas veces con autores teatrales, con médicos psicólogos, con humanistas famosos, sobre la realidad de ese personaje tenoriesco que es parte de la propia vida y caricatura del español y nunca hemos llegado a polarizarnos en contra de la manera de actuar donjuanesca, que por otra parte ha sido muchas veces fruto de juicios públicos, con sentencias dispares según el género de los jurados intervinientes.

Siempre recordaré el estudio de aquel gran médico que fuera Gregorio Marañón, a quien le oí una tesis sobre el tema, en la Facultad de Medicina de Cádiz, que supo retratar el espíritu y materia, el soma y psique, de ese mito de don Juan, que cada año vuelve a nosotros, haciendo de su figura un símbolo de noviembre.

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