Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Permanente estado de cabreo

La sensación de enfado generalizado salta de los escaños a cada uno de los rincones de nuestras calles

A quienes nos gustan los coches, cruzarte con un Charger por una calle del centro de la ciudad y escuchar su ronroneo que confirma que pocos sonidos producen un placer semejante al de un V8 americano, nos lleva a una sonrisa que ahora lucimos a cara descubierta. En unos tiempos donde la búsqueda de la satisfacción en todo lo que haces, desde la comida a lo que conduces, parece condenada a la general mediocridad, esos segundos compensan el resto de la rutina. Torcí la cabeza y lo estuve siguiendo con la mirada durante un tiempo hasta que el color negro se esfumó en una esquina. Coincidí con una señora que me acompañó la vista y cuando desapareció soltó: "Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces". En esas estamos. La crispación, el cabreo, el prejuicio, el señalar a los demás, sencillamente porque tienen la osadía de no ver las cosas como tú mismo, de no pensar como quieres, de que le guste otro equipo de fútbol o que vote a alguien a quien no soportas, se ha convertido en la verdadera pandemia.

A ver, que uno pensaba en su ingenuidad galopante, que en mitad del confinamiento, cuando no tanto pesaban las paredes de casa, sino que no pudieras salir cuando te daba la gana, nos iba a trastocar las meninges. Lo que no imaginaba es que una vez superada la que, ojalá sea la época más dramática de nuestra vida, íbamos a salir a las calles con la idea de comérnoslas a bocados. Pues no, lo que tenemos ganas es de endiñarle un tarisco a quien tenemos enfrente.

El odio ha bajado de los escaños, nos ha invadido, se queda a vivir entre nosotros. Desde una paliza a un chaval por ser homosexual, hasta lanzarle una silla al del equipo contrario, insultar a quien no es merecedor de tu voto, entrar en una red social para ciscarte en los muertos de alguien o destrozar a quien tenga la osadía de poner una bandera en un balcón, me da más miedo que el virus, porque al menos este tiene vacuna.

Hace unos años, en Valdelagrana un paisano tenía la persiana de su garaje abierta. Se empeñaba en lustrar un Chevy de los años cuarenta y no me pude resistir a entrar y hablar con él. Me enseñó su coche por dentro, el motor que lo alimentaba y pasamos un rato agradable compartiendo una pasión que nos une. Tampoco es tan difícil porque se eso se trata en este rato que estamos por aquí; la vida es un cuarto de hora, diez minutos salen nublados y después te mueres. Que pasen con la eterna sensación de cabreo depende de cada uno de nosotros. Si así lo eligen, aléjense de mí, hagan el favor.

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