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Conozco un médico muy bueno que puede tratar lo de tu mujer, si quieres te paso su teléfono y resolvéis el asunto". Con esta mezcla de frialdad y candidez le proponía Chuck Nolan (Tom Hanks) a su compañero de empresa Stan (Nick Searcy), la manera en la que, según él, se podía curar el cáncer que al final mata a su mujer, en la película Cast Away, traducida en España como El náufrago. El pobre Chuck no imaginaba que, unos días después, estaría luchando por sobrevivir en una "mierda de isla, comiendo cocos y hablando con una pelota", como él mismo reconocía.
Traigo a colación esta película de gente normal, con vidas y trabajos corrientes, que, de un día para otro, se ven sin nada, con su espacio vital destruido y sin esperanza de que el horror vaya a acabar en el corto plazo. Muchos ucranianos viven ahora como Chuck Nolan, perdidos y aislados, luchando por sobrevivir.
Pero hay un miedo más aterrador que el de las bombas o el destierro: un mal acuerdo de paz. Un acuerdo que tome al pueblo ucraniano como rehén de un nuevo-viejo orden internacional, una nueva guerra fría, otra vez los polos oriente-occidente, mundo libre-autocracias, otra vez una tierra poblada por supuestos malos y autodenominados "buenos". Polonia sabe muy bien lo que eso supone, en muerte y destrucción, lo ha sufrido en sus carnes guerra tras guerra, delirio tras delirio, siempre ha sido la moneda de cambio a sacrificar entre las potencias. No sé si será por eso por lo que sienten tanta empatía con los ucranianos que cruzan a su país y que ya suman más de un millón y medio, aceptándolos y acogiéndolos sin queja.
Me da miedo que, a diferencia de otros conflictos de no hace tanto, como la I Guerra del Golfo, el papel de la ONU esté siendo irrelevante. Su lugar ha sido reemplazado por la OTAN y la Unión Europea. Ya nadie escucha a la ONU, ya no sirven de mucho ese paripé de las resoluciones del Consejo de Seguridad (que se lo pregunten a los Palestinos o Saharauis). Si la ONU no está, se hablará más de armamento que de derechos humanos.
No creo que los ucranianos tengan que venir hasta Huelva, este no es su sitio, su sitio es su país, y es a su país al que tienen derecho a regresar con una paz que los proteja, que los dignifique y dé oportunidades para criar a sus hijos. Ni símbolos de valentía ni monedas de cambio de bloques de las potencias. Dejen a Ucrania en paz, construyan una paz duradera.
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