La otra orilla

Patrias y banderas

Pelear por una patria y no por los derechos humanos que nos corresponden sí es de idiotas

Confieso que nunca he sido patriota. No llego a lo que decía La Polla Record, aquel grupo vasco de rock radical, de que un patriota es un idiota, pero sí me identifico con Rilke, el poeta alemán, que decía que la patria del ser humano era la infancia. Ya señalé hace algún tiempo que para mí la patria eran los afectos, las personas y los recuerdos que uno quiere y añora. Pero esto no viene al caso. A raíz del conflicto catalán, de la sentencia al procés y de los enfrentamientos y disturbios en las calles de Barcelona, pensaba que los nacionalismos, que los patriotismos siempre han sido violentos y causado dolor.

Pensaba que el nacionalismo fascista de Hitler, Mussolini y Franco sumió a Europa en un gran campo de cadáveres, que el nacionalismo etarra causó miles de heridos, de muertos y de familias destrozadas por el dolor. Ojalá fuésemos capaces de aprender de la historia, de nuestra historia reciente, y ver que los enfrentamientos por la patria y la bandera sólo pueden conducir al dolor y la muerte. Pensaba en el concepto de fraternidad cristiana y en el concepto de internacionalismo obrero y llegaba a la conclusión de que efectivamente si fuésemos capaces de entender que el otro tiene mis mismos sentimientos, mis mismas emociones, mis mismos miedos, a lo mejor seríamos capaces de comprendernos.

Porque el parado catalán sufre de igual forma que el parado andaluz; porque la mujer maltratada catalana tiene el mismo miedo que la mujer maltratada extremeña; porque la precariedad, la falta de seguridad en el trabajo, los sueldos míseros, la emigración juvenil, la xenofobia, el cambio climático, la privatización de la sanidad, la falta de recursos de la escuela pública, son problemas comunes a Cataluña y al resto de España; porque los empobrecidos catalanes, los dependientes, los discapacitados, los desahuciados son idénticos, tienen la misma falta de recursos, que los empobrecidos, dependientes o discapacitados castellano-manchegos.

Las patrias conducen a poco. Nada de lo humano nos debe ser ajeno, independientemente del lugar de nacimiento de cada uno de nosotros. Pelear por una patria y no por los derechos humanos que nos corresponden sí es de idiotas. Quizás, ahora que está de moda Unamuno, haya que hacerle caso en aquello de que en vez de buscar una patria, habría que reivindicar una matria. Es decir, menos testosterona y más ternura, más comprensión, más cuidados, más diálogo.

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