
La firma
Antonio Fernández Jurado
¿Un país roto?
Si yo fuera Pablo Iglesias, que, evidentemente, no lo soy, y con todas las reservas que suponen las opiniones basadas en la información mediática y a la que podemos sumar, la escenificación permanente de la impostura personal, tanto suya como de su oponente, Pedro Sánchez, así como la tendencia instalada en el ámbito político de formalización de la mentira como elemento básico de lo "políticamente correcto", me plantearía cuidadosamente la decisión definitiva a tomar en los próximos días después de los meses de tira y afloja adobados con un claro intento de supremacismo político y tintes de pretendida humillación hacia el grupo que representa por parte del sanchismo más genuino.
No, no defiendo a Iglesias y su formación. En absoluto. Hago mi análisis desde lo apreciado y en rotunda defensa de posiciones más liberales promotoras de principios no solo de libertad sino también de justicia que están en claro riesgo, de salir adelante ese mantra de "progresismo" en el que se ha instalado el discurso del partido sanchista.
Dicho esto, vuelvo a Iglesias, que debería, en el último segundo, darle apoyo gratuito a Sánchez. Sé que al podemita, a pesar de los riesgos que asume, le encantan las campañas y los debates televisivos, donde él se vende bien, pero imbuyéndose de pragmatismo, y en aras de la confrontación directa con Sánchez, pondría a éste al borde del abismo y, desde luego, descubriría con rotundidad la burda estrategia de culpar a todos los demás porque él es el único que no quiere elecciones. Al mismo tiempo le pondría en la tesitura de tener que gobernar en precario, con lo que las tendencias demoscópicas -incluido el tezanismo- empeorarían en unos meses -¿han vuelto a oír hablar de las 370 propuestas electorales?- y las expectativas de todos los demás, incluido Podemos, mejorarían mientras el sanchismo, quizá no el verdadero PSOE, si es que subsiste, entraría en barrena y podría reconducirse -en no demasiado plazo tendría que ser- la tendencia hacia el narcisismo gubernamental de ejercitar políticas repartidoras de gastos y egocéntricas de culpar a todos los demás.
Esta decisión de Iglesias evitaría plantearle al Rey la insuficiencia de apoyos y descubriría su tramposo discurso, su falta de respeto institucional -seis meses sin comparecer a sesiones de control- presión financiera a las CCAA, vaivenes constantes en políticas migratorias, marginación s la AVT en poses de audiencia a la ¿sociedad civil?... y sus ansias electorales.
Sí, Iglesias, esto puede ayudar a la recomposición de la derecha, pero por ahí no tienes votos que perder y por mucho que sus gurús demoscópicos se empeñen, quien puede estar en un callejón de difícil salida, es el partido sanchista.
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