La Alameda sevillana está triste, vacía, las hojas duermen bajo la humedad de los bancos. Algunos le llaman al lugar el paseo de los tristes. Y llevan razón. Las hojas ocres de octubre crujen ante las pisadas de solitarios paseantes sin saber el camino por donde van. A lo lejos suena el bronce de una campana perdida en lejano cementerio. Es un tañido que avisa la llegada del mes de noviembre. La primavera es un sueño perdido, el otoño machaca los pequeños charcos de lluvia que son lagos de lágrimas olvidadas.Mis recuerdos se van a un lejano 1844 en que un ilustre escritor vallisoletano, que por cierto era socio de honor de la Real Sociedad Colombina, escribiese una obra inmortal en la conocida y sencilla farsa de Talía Nacional. Es de noche, llego a la plaza que alumbra la luz de un viejo y sucio candil. La figura que veo me es muy conocida, va embozado, y con gesto altanero. Golpea la mesa de la taberna que hace templar un viejo letrero que cuelga de una desvencijada cadena, donde un nombre aclara donde estamos: La Hostería del Laurel.

-¡Ciutti! -exclama el caballero- pide un copa de buen vino al amigo Butarelli, que lo veo hoy aburrido, extrañándome el silencio que llena este local.

-Allá voy señor.

-Mucho tarda en llegar Don Luis Mejía. Aquí pasa algo. No escucho esos gritos de los malditos a los que siempre decía que mal rayo los parta.

De pronto llega Ciutti, con la jarra de vino, diciéndole: Don Juan, aquí hoy no hay nadie, me dice el tabernero que toda Sevilla está confinada.

-¿Y qué confín es ese?, que hasta en la calle se han osado pararme para decirme que estamos en toque de queda. Algo insólito en esta Sevilla sin misericordia donde siempre la alegría carnavalesca sabía jugar entre la hidalguía del Comendador de Calatrava, la valentía de Rafael de Avellaneda o la sonrisa cantarina y agradable de la prometida de Don Luis, la sin par Doña Ana de Pantoja.

Uno de los letreros es un cartel que anuncia al público la prohibición de quitarse las mascarillas. No sé por qué - dice intrigado Don Juan Tenorio - cuando la mascarilla ha sido siempre lo propio de la Sevilla tenoriesca y la otra cara permanente de nuestros ilustradores, comentaristas y políticos de sus verdades.

He tenido la suerte de montar esta obra teatral en distintos escenarios, emisoras de radio e incluso en la televisión. Siempre Don Juan Tenorio apasionaba al público, y en varios juicios que hicimos en Sevilla, Cádiz, Huelva, etc, la figura del burlador salía victoriosa incluso del voto y de la opinión femenina. No hay duda de que vivimos en otros tiempos. Don Juan Tenorio está en cuarentena, para mucho tiempo. Doña Brígida se preocupa hoy más de las nuevas leyes de Podemos, y Don Gonzalo de Ulloa se escuda en sus recuerdos de órdenes militares que salvan su honor de ejemplar caballero español. Qué pena escribir en broma, cuando las cosas están tan serias.

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