Las diferencias entre clases ha caracterizado, desde siempre, al tipo de sociedad. En el Antiguo Egipto, la sociedad se encontraba dividida en castas, desde el Faraón hasta los esclavos, pasando por los escribas. También la sociedad feudal tuvo una estructura piramidal, encabezada por el Rey y los nobles y finalizando por los campesinos y los siervos. La España del siglo XX tuvo su nobleza en lo más alto, a los campesinos y burgueses en medio y al proletariado en la base.

En el s. XXI, "Que no somos iguales, dice la gente" cantaba María Jiménez. "Que dos seres distintos no se pueden querer", aceptando las diferencias, hasta que termina diciendo aquello de: "Yo no entiendo esas cosas de las clases sociales. "Yo solo sé que me quieres, como te quiero yo", con lo que la Jiménez termina cercenando la idea de las distinciones entre las personas y hace creer, a través de la letra de José Alfredo, que el amor impide desigualdades.

Lamentablemente se equivocó, como se equivocan todos los que, ingenuamente, creen en la igualdad de clases. Las diferencias existen aunque se manifiesten sutilmente y el singularizarse, de una u otra manera, es una potente estrategia para destacar en la red social. Si se hace mediante una posesión, mejor. Si la posesión es una mascota, la perfección.

No es difícil, considerando que son más de 20 millones de mascotas las censadas por veterinarios en España; con una media de aproximadamente de 1,50 perros por vivienda. La cifra es tan alarmante que triplica al número de niños en los hogares españoles. Hasta está siendo habitual el que las parejas decidan sustituir los hijos por perritos. (¿De esto no dicen nada los del movimiento provida?).

Los perros, además de pasar las periódicas (y costosas) vacunas y revisiones, tienen sus endodoncias e intervenciones quirúrgicas cada vez que las necesiten y, por supuesto, sus servicios de manicura y peluquería, pero la mayor distinción estriba en que se han convertido en el factor que marca las clases sociales en España. ¿Cómo va a ser lo mismo pasear a un perro akita (solamente útil para que te miren por la calle) que a un podenco que, si acaso, es ventajoso para la caza? ¿Cómo evitar la tentación de entrar en unos grandes almacenes (donde ya se permite la entrada con perros, por cierto) con un lowchen, atrayendo las miradas de todos? ¿Alguien va a entrar con un chucho?

Si tiene interés en ocupar un lugar destacado en la sociedad actual, ponga un perrito (¿qué menos que chow chow?) en su vida.

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