Los niños han sido y siguen siendo los últimos en contar para la toma de decisiones en la búsqueda de un mejor escenario poscoronavirus que nos facilite la vida. Ya lo fue cuando todo empezó, en esas largas y retóricas presentaciones del presidente del Gobierno se habló de mucho, se habló del derecho de los perros a salir a la calle, utilizado por sus dueños para esgrimir uno de esos privilegios que tanto gustan en España para distinguirse de los demás, pero no se dijo nada de los niños. Tan sólo recuerdo una pequeña rueda de prensa donde Pedro Duque, el ministro menos ministro y más parecido a superhéroe, respondía a preguntas infantiles, más como si estuviera en El Hormiguero de Pablo Motos que en la sala de prensa de Moncloa. La primera ministra de Noruega dedicó una intervención exclusiva para los niños. Perdonen, no quería hablar de perros ni de países nórdicos, pero es una verdad que me ha ofendido. Aquí a los niños se les ha llamado "supercontagiadores", los mayores de catorce han sido los últimos en poder salir a pasear, se ha insultado a niños autistas por necesitar la salida terapéutica, se nos dijo que lo único que podían hacer era acompañar a sus padres a la farmacia o al supermercado. A los niños se les ha aparcado en los pisos porque nadie tenía una idea mejor que hacer con ellos.

Los niños cuyos padres han mantenido su actividad laboral al ser declarados esenciales, han debido permanecer solos en casa, descartado el recurso de abuelos o cuidadores externos. Niños desatendidos mañanas enteras durante meses, sin otra alternativa. Esta misma situación hubiera sido objeto de denuncia a los servicios sociales y retirada de la tutela por abandono apenas unos meses atrás. Portugal dejó sus colegios abiertos para atender a los hijos de sanitarios. El ámbito educativo no ha sido mucho mejor. Llevamos años diciéndoles que dejen las pantallas y jueguen, y ahora el colegio se ha convertido, en muchos casos, en un aluvión de fotocopias y explicaciones por vídeos de internet a entregar en plataformas que se cuelgan y generan estrés.

Veinticinco personas pueden ir a un velatorio o a un bar, pero veinticinco niños no pueden ir a clase. Hemos perdido el curso y no sabemos nada de lo que pasará en septiembre. Son indefensos, aceptan, no protestan y no votan, dependen de otros y esos otros se han olvidado de ellos, una mala decisión como sociedad.

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