E L primer negacionista que conocí fue mi abuelo Fermín. El acontecimiento del año en 1969 fue "un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad": la llegada de tres astronautas a la Luna (en mi familia la gran noticia fue el nacimiento de nuestra hija Elena). Jesús Hermida, de cuya transmisión estuvo pendiente todo el que entonces disponía de un televisor, debió establecer un paralelismo entre el viaje espacial y el que en 1492 emprendiera, desde el Puerto de Palos en su Huelva natal, una expedición de marineros guiados por un visionario genovés. Pues bien, mi abuelo mantuvo durante toda su vida que aquel desembarco en la luna era un puro montaje televisivo, no más real que los imaginados por Dante, que en la Divina Comedia situaba el Primer Cielo en la Luna; Julio Verne, Cyrano de Bergerac o Hergé, que llevó a ella a Tintín.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el negacionismo se disfrazó de revisión de la historia para rechazar la masacre del Holocausto, con el asesinato en masa de millones de judíos, planificado con frialdad escalofriante por el régimen nazi. Todavía hoy hay quien niega un genocidio del que existen evidencias abrumadoras. Ya en nuestros días, las corrientes negacionistas afectan al cambio climático. El Grupo de Expertos por el Cambio Climático, que obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2007, afirma que la probabilidad de que la acción humana sea la causa principal del calentamiento global es superior al 95%. Sin embargo, algunos científicos lo niegan y, lo que es peor, a muchos gobiernos parece no importarles la calidad del legado ambiental que los habitantes del planeta dejaremos a las generaciones futuras.

En relación con la salud, sabíamos de la oposición de los testigos de Jehová a las transfusiones de sangre, desdeñando el consiguiente riesgo para miembros de su propia familia, en aras de peculiares interpretaciones de la Biblia. En esa línea están las teorías que se infiltran en la sobreabundancia de información sobre la primera y gran pandemia del siglo XXI. Se trata de una tendencia, alimentada por las manifestaciones de dirigentes como Trump y Bolsonaro, o personajes mediáticos como Miguel Bosé, que niegan la existencia de la plaga o la achacan a oscuros intentos de controlar nuestras libertades o incluso el crecimiento de la población. En suma y echando mano de neologismos: teorías conspiranoicas propaladas por covidiotas.

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