Caleidoscopio
Vicente Quiroga
Más reinas
Gafas de cerca
Mike Godwin es un abogado estadounidense que enunció un principio aplicable a las redes sociales: “A medida que un debate en un hilo de internet se alarga, la probabilidad de que surja una comparación en la que se mencione a Hitler y a los nazis tiende a 1” (o sea, es completamente probable). Según la Ley Godwin, el efecto consiguiente es que el “hilo” se cierra, y, además, cualquier participante que abundase en lo hitleriano pierde: para cargarse cualquier debate sensato, basta con traer a colación al nazismo. Es una ofensa juguetear, como ha hecho Pedro Sánchez, con el Tercer Reich en el Parlamento Europeo, erigiéndose en muro de contención de los partidos ultraderechistas continentales y apuntando hacia el presidente del conservadurismo centrista de la vieja Europa, el alemán Manfred Weber.
Si conocen a alemanes, sabrán que esa acusación o siquiera insinuación es para ellos lo peor. Además, metiendo a Vox en el saco conservador. Fue una estupidez biliosa de Abascal –un político sureño más– la de decir “en Europa” que el presidente español podría morir como Mussolini (ajusticiado por la turba y “colgado de los pies”). Es una canallada y una bufonada. Pero que todo un presidente responda de rondó y fuera de contexto con “el Tercer Reich” es una torpeza histórica, propia de alguien que se ha despojado de límites, y se ha vestido de prócer continental con la soberbia como ayudante de cámara. Una proclama ofensiva en pleno escroto del centro-derecha de la UE, y soltada desde una presidencia rotatoria, la de España. El atacado Weber, quién sabe con qué fundamento o poder oculto, ha tomado el guante: “Sánchez queda descalificado para ningún puesto comunitario en el futuro”.
Si la topada de Sánchez fue porque Weber está frontalmente en contra de la ley de amnistía española, nuestro máximo gobernante ha hecho “un pan con unas hostias”. Y a ver cuáles de ellas le vienen de vuelta. Vendrán desde Alemania, país nuclear europeo en el que mencionar a Hitler es el gran tabú: nadie de la izquierda germánica se atrevería a flirtear con eso. Tampoco para calificar a los pactos domésticos del enemigo político más acérrimo, los del PP español con Vox. No se dice “nazi”, y menos en plena Bruselas o Estrasburgo, cuando se es presidente “de todos”, aunque sea desde un cargo efímero y con poca palanca. Decir Tercer Reich es reventar el diálogo. Arrieritos somos: quizá pronto acusará Sánchez en su carrera el golpe del schadenfreude (palabra alemana que significa “sentimiento de placer ante la humillación de otro”).
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