Nacionalismo tóxico

La demagogia institucional que practican nuestros nacionalismos periféricos es la misma que practica Putin

Igor Semiónovich Shteyngart nació en una familia judía de San Petersburgo cuando la ciudad se llamaba Leningrado y pertenecía a la Unión Soviética. En 1979, Shteyngart y sus padres emigraron a Nueva York. Ahora, Shteyngart ya no es ruso sino americano, se llama Gary en vez de Igor y escribe novelas en inglés. Yo le traduje su hilarante libro de memorias Pequeño fracaso. Pues bien, en 2015, Shteyngart se encerró por encargo de una revista en un hotel de Nueva York a ver los tres canales de la televisión rusa: los dos oficiales y el tercer canal, el de Gazprom, que sigue fielmente los mandatos de Putin. Lo que descubrió Shteyngart en la televisión rusa pone los pelos de punta: un informativo bromeaba con un bombardeo nuclear a los malvados americanos que habían impuesto el decadente modo de vida occidental; una mujer medio retrasada participaba en un reality para dilucidar -vía análisis del ADN- cuál de los habitantes del pueblo la había dejado embarazada; y cada poco tiempo aparecía alguien en pantalla, rodeado de iconos, jurando que odiaba a los homosexuales y que haría cualquier cosa con tal de echarlos a patadas. Y eso era en 2015. Imagínense ahora.

Todo era demagogia, mentiras, brutalidad y estupidez, una especie de Tele 5 en sesión continua pero en manos de unos psicópatas con menos escrúpulos aún que sus equivalentes hispanos (y sin el paraguas de un Estado de Derecho que evitara las barbaridades). Pero lo más importante que descubrió Shteyngart en la maratón televisiva fue un virulento nacionalismo que mezclaba conceptos soviéticos -la URSS invencible- con supersticiones de la era zarista (la Santa Tierra Rusa) y paparruchas contemporáneas (alienígenas, ciencias ocultas y mucho odio a todo lo foráneo). Un cóctel venenoso que es el único ideario de Putin.

En España, ese nacionalismo tóxico que crea una mutación mental -y moral- entre sus seguidores existe en la TV3 catalana y en la televisión vasca (y en los programas políticos de quienes financian esas televisiones), aunque funciona entre nosotros un prejuicio -muy extendido entre la izquierda- que nos hace creer que esos nacionalismos periféricos son "progresistas". Nanay. Esa mezcla corrosiva de demagogia institucional y mentiras a granel es exactamente la misma que practica Putin. Convendría tenerlo claro.

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