Hace días que no la veo. Me preocupa su ausencia. La impaciencia viene desde que me llamó por teléfono Alfonso, un entrañable amigo, gran arquitecto y pintor genial, para contarme una triste historia que aprieta nuestros sentimientos de amor hacia los animales. Por esta razón, ayer me fui a mi siempre plaza de las bellas palmeras, para mirar hacia el cielo, a la cúpula del hermoso templo y verlo vacío, sin la eterna presencia de Merchi.

Se preguntarán quien es Merchi. Se lo voy a contar. No es una niña, aunque sí del género femenino. Tiene alas y un gran pico, que cuando lo hace sonar, todos admiramos como su eco se extiende por un barrio hoy lleno de murmullos estudiantiles y modernas estructuras urbanas.

Merchi, es una cigüeña que, como su pareja, sus padres, sus abuelos, sus bisabuelos y todos sus ascendientes en muchos, muchos años, tuvieron nido en lo más alto de aquel lugar. En razón de edad yo siempre las bautizaba con el nombre de Mercedes por donde nacieron y habitaban, cada vez que llega la primavera. A su pequeña cría, la denomino cariñosamente “Merchi”.

Estando sentado, recordando aquellos bancos de hierro de mi niñez, veo que aparece Merchi en un vuelo elegante, abrazando con sus alas el conjunto que vive bajo sus plantas. Siento una gran alegría. Ella viene a su casa. La de siempre. Vuela en redondo, en círculos, una y otra vez. Busca algo que no encuentra. Duda. Permanece unos segundos quieta haciendo equilibrios y por fin se posa en lo más alto de la cúpula.

Aunque estoy muy lejos de ella, la imagino sorprendida primero y luego asustada… triste. Yo siempre he creído que los animales tienen sentimientos y que, si pudieran llorar, como nosotros los humanos, lo harían. Mi querida Merchi, estaba llorando.

Pensaba la razón que pudiera tener aquel ave tan bella y familiar, y no fue difícil encontrarla. Merchi, busca su casa, donde ella había nacido, donde nacieron sus polluelos, donde vivía y dormía al son de las campanas que marcaban las horas...

No sabía qué hacer. La habían desahuciado, echado de su nido. ¿Dónde ir ahora? Pensaba en otras compañeras que habitaban en postes eléctricos y que, cuando sus nidos desaparecían, por voluntades humanas, tenían la suerte de que las empresas le donaban otro más seguro en el mismo lugar.

Mi cigüeña soñaba con aquellos años de su estancia en uno de los puntos más altos del callejero de la ciudad, cuando el barrio según contaban sus mayores, era distinto, otro, casi más alegre en el sentimiento popular. Cada año venían cuando la primavera avisaba el nacimiento de las flores, cuando los nazarenos encendían sus cirios iluminando la ciudad en las noches santas, cuando, según sus abuelos le contaban a sus padres, aquellas ferias de la Patrona con música, bailes, procesiones y diversiones infantiles recreaban un ambiente familiar bajo su nido.

Merchi estaba hundida en una tristeza que sólo quienes hemos vivido, casi toda nuestra vida a su lado, podemos comprender.

Con energía, tal vez con desesperación, la esbelta ave levantó alto vuelo. No sabía cómo reaccionar. Y de pronto partió en dirección a la marisma que siempre fue su horizonte. La marisma, siempre el horizonte vivo de Huelva.

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