El lanzador de cuchillos

MARUJA, FEMINISTA

Si queremos progresar hacia una utopía ‘woke’, las personas de raza caucásica debemos expiar nuestra blanquitud

Cuenta Maruja Torres en sus memorias –las he leído este verano, con más de veinte años de retraso– que fue invitada por el director Marco Ferreri a asistir en París al rodaje de la película No toquéis a la mujer blanca, una parodia del General Custer y su Séptimo de Caballería, protagonizada por Marcello Mastroianni y Catherine Deneuve. En el reparto estaba también Ugo Tognazzi, del que la periodista catalana relata esta anécdota: “Todos eran encantadores. El que más, Tognazzi, que tenía una escena de desnudo y la preparaba paseándose en cueros, ufano, entre las mujeres: Marucca, hai visto mai un cazzo come il mio? Francamente, sí, le contesté. Siempre estaba de buen humor el gran Ugo”.

En cierta ocasión la reportera tuvo que ayudar a vestirse a la Deneuve: “El traje, de época, era bastante complicado. Al ajustárselo, toqué sus pechos. Eran los más duros, estupendos y abundantes que he tenido cerca, libres de cirugía. Con tales tetas y ese carácter, no me extraña que le haya ido muy bien”.

¡Con qué saludable naturalidad celebraba la Maruja Torres del siglo pasado la exhibición –violenta, dirían hoy Miguel Lorente y sus mariachis aliades– de poderío del macho italiano! La Maruja tuitera habría llamado a los gendarmes. Y lo de las tetas poderosas de la Deneuve –nada que ver con las brevitas asexuadas de Amaral– es, a la vez, constatación y elogio de las armas de mujer. El antecedente jubiloso del “información vaginal, éxito garantizado” de la ex ministra socialista Dolores Delgado.

Lo que ya en el lejano noventa y ocho –el del Mundial de Francia, no el de Unamuno– Maruja Torres había interiorizado plenamente es que, si queremos progresar hacia una utopía woke, las personas de raza caucásica debemos expiar nuestra blanquitud. Cuidado con quienes afirman que la gente de color también puede abusar de las mujeres: es una táctica típica de la ultraderecha. Maruja lo tenía claro –con perdón–: “El camarero que cada mañana sube el desayuno a mi habitación es guapo, fiero y vive en Soweto... Una mañana, después de dejar la bandeja, se levanta el delantal, se abre la bragueta y me folla: visto y no visto. No me entero, pero no protesto, porque sufro la mala conciencia de los blancos. El camarero negro lo sabe”. Si a Jenni Hermoso, en vez del blanco calvo Rubiales, le planta el beso un chulazo mulato, de melenón rizado y apellidado Brown, Maruja –¡con el coñazo que ha dado!– todavía lo estaría celebrando.

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