Paco Huelva

Lamentos

Matar está penado por la ley, pero si declaramos una guerra ya es admisible y legal asesinar en masa

No es fácil amar el arte en cualquiera de sus facetas, formarse, dedicarse al mismo, desempeñarlo… y conciliar su ejercicio con la realidad que nos envuelve, excepto que la locura acune los días por los que transitamos o nos encerremos en un sótano al que no llegue jamás noticia alguna. Pero, ese escenario a fuerza de hipotético resulta improbable. Tanto, que resulta inverosímil que se dé en nuestra era. No hay lugar en que refugiarse al que no tenga acceso la información especialmente manipulada y diseñada para nosotros, para cada cual, no importa la edad, la nacionalidad, el género, la formación o el lugar en que residas. La ración de virtualidad que te corresponde está diseñada exprofeso y renovada cada milésima de segundo según las necesidades de los que dirigen este cotarro globalizado en el que vivimos y al que aún no le hemos dado un nombre, porque no tiene rostro y es como una tela de araña interconectada por billones de enlaces que hacen inviable saber en qué lugar se esconde este enjambre de facinerosos que mueven el mundo. Y que, además, nos matan como a cucarachas cuando lo desean o resulta necesario para el cumplimiento de sus fines. Punto.

Matar está penado por la ley, es cierto. Pero, depende. Si declaramos una guerra por las causas que fueren, ya es admisible y legal asesinar en masa a cuantas personas sean necesarias con tal de conseguir el objetivo. Mil, pues mil. Diez mil, pues diez mil. Un millón, pues eso, un millón. No importa. Se sueltan las consignas necesarias, se convence a la opinión pública de la necesidad imperiosa de la contienda, y se empieza a exterminar a todo bicho que se mueva. Horripilante nuestro preceder, verdad. Pues eso somos: marionetas.

¿Qué ocurre entonces con el pensamiento organizado? ¿A qué lugares van a parar en estas circunstancias, el esfuerzo realizado por la humanidad a la largo de su existencia para asentar una convivencia en paz y en libertad? ¿Cómo es posible que naciones enteras se dejen arrastrar a una guerra por dictadores que, además, han sido aupados al poder con nuestra aquiescencia o indiferencia? ¿De qué material estamos hechos? ¿Somos quizá un mero producto del miedo? ¿Vivimos en un espacio distópico sin saberlo? ¿Se merecen las sociedades los dirigentes que tenemos, incluso en las democracias consolidadas? En fin… empezaríamos a inquirirnos y no terminaríamos de hacerlo. Sume a dichas preguntas las suyas y bienvenido al club de los lamentos.

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