Era OTRO LUGAR

Era OTRO LUGAR / H.I. (Huelva)

En un lateral de la estación de autobuses Amaral/Gurgel, por la que paso con cierta frecuencia durante mis caminatas de viejo diabético y descreído durante estos días de estancia en Sao Paulo, a donde vine para presentar mi exposición Sala de mapas en la sede del Instituto Cervantes, hay una pintada de formato desmesurado para su ubicación a pie de calle, en la que cualquiera que pase puede leer una frase que me dejó tan intrigado como fascinado desde el instante en que se cruzó en mi caminar errante de las mañanas.

O, mejor dicho, fui yo quien se cruzó en el suyo, porque ella está allí, estática en esa pared, aunque hable de otro lugar, y quien al verla tuvo un verdadero deslumbramiento parecido al que debió sentir Saulo de Tarso cuando, según el relato bíblico, yendo por el camino de Damasco vio cómo se abría el cielo y oyó la voz del Altísimo, tan potente como un trueno en mitad de la noche, preguntándole sin rodeos, tal como dicen que preguntan los dioses:"Saulo, por qué me persigues?": una secuencia tan inolvidable para cualquier niño como resultó para mí esta sentencia rótulada en negro sobre blanco sobre esa medianera de la estación paulista: "Eu era outro lugar".

Aunque es de muy fácil traducción para cualquiera, esta frase encierra tantos misterios debajo de su aparente sencillez que tuve que preguntarle a un amigo brasileño que domina nuestra lengua si, en efecto, podría traducirse literalmente por "Yo era otro lugar", como me confirmó. Y así abrió todo un abanico de posibles lecturas, ya que si prescindimos del sujeto, "Yo", como hacemos en otras ocasiones porque el sentido de la frase ya lo incluye, buena parte de su misterio parece diluirse en favor de ese lugar indeterminado al que se refiere; pero si se mantiene ese "Yo", se disparan todas las dudas del lenguaje, porque la persona que la asume se convierte al instante, por arte de birlibirloque, en un lugar indefinido en que condensar en un instante toda nuestra capacidad de fabulación, todo nuestro anhelo de poseer, en sentido literal o figurado, algún paraíso inexplorado, bien sea natural o artificial, con un guiño final a Charles Baudelaire.

Este azaroso equívoco, este incierto juego de palabras e íntimos espejos, me llevó a recordar cómo aquel verso de Bécquer "esperando la mano de nieve" referido a la mano femenina y pura de su amada musa, en manos de José Infante se tornó en La nieve de su mano al reunir toda su poesía editada hasta 1989, mientras que José Bergamin tituló su obra postrera 'Esperando la mano de nieve' en clara referencia a la muerte, pues fue su último libro de poemas, terminado poco antes de su despedida de este perro mundo, cuando ya vivía con el temor permanente de que, en cualquier momento, esa mano de nieve llamaría finalmente a la puerta de su inquieto corazón.

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