Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Pablo y Pedro
Rresulta cada año más asombroso y en cierto modo desconcertante como se adelantan los fastos navideños y toda su aparatosa y recargada parafernalia luminosa que plantea una infantil y absurda competencia – de perfil casi aldeano - en cuanto al número de luces, de adornos y de otras cuantas muestras de ostentación y pavoneo excesivo. Los gozos de diciembre, que es nuestra expresión más familiar y entrañable, se iniciaban con la festividad de la Inmaculada Concepción, de una manera sencilla, adelantándose al solsticio de invierno como una vigilia jubilosa y esperanzada. Ahora los apresuramientos casi frenéticos y desmedidos se precipitan e impulsan con el único propósito de promover compras, animar campañas y asociarse a otras fiestas tan ajenas y extrañas a nosotros promocionadas por la poderosa publicidad de resonancia internacional, Estas prisas por adelantar la Navidad las alargan tanto que antes de llegar a muchos se les hacen demasiado ominosas y agobiantes. Todo, dicen, sea a beneficio del negocio y del comercio. Con lo cual todo se convierte en lo que un entrañable amigo y compañero calificaba como “las fiestas del regalo” .Y en ello estamos de la manera más desmesurada.
Afortunadamente entre tanto árbol navideño de exagerado fulgor y tanto Papá Noel , tan ajenos a nuestras más arraigadas tradiciones y sacralización navideñas, el ambiente se llena de la intimidad y el alborozo que alienta el hogar familiar. Nuestro vínculo juanramoniano nos devuelve cada año a su libro más recordado, “Platero y yo”, en la inevitable rememoración de la fecha: “¡La Candela en el campo!... Es tarde de Nochebuena y un sol opaco y débil clarea apenas en el cielo crudo, sin nubes, todo gris en vez de todo azul, con un indefinible amarillor en el horizonte poniente…” Es la Navidad que amamos los que mantenemos su espíritu de amor y fraternidad, ese mismo hálito que inunda los corazones de la gente de buena voluntad.
Nuestra irrefrenable fijación literaria entorna nuestro ánimo de esa pródiga y gozosa poesía navideña. Y recordamos a Luis de Góngora (1551-1627), entre tantos, y su verso impagable: “Caído se le ha un clavel/ hoy a la Aurora del seno;/ ¡qué glorioso que está el heno/ porque ha caído sobre él!”. ¡Sublime!
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