Indiana y la última frontera

A finales de los 60 ya no es concebible el Wallhala y no existe Shangri-La. Solo queda el puro viajar en el tiempo

La última aventura de Indiana Jones tiene ratos extraordinarios y otros que no lo son tanto; de modo que este verano entretendremos el insomnio discutiendo cómo debió despedirse nuestro arqueólogo/saqueador favorito. Hay, por otro lado, una cuestión de la trama que me parece de notable perspicacia, no solo por la inesperada coherencia que otorga al personaje, sino por la correcta comprensión del mundo que ello supone. El Indiana Jones que aquí conocemos, el día de su jubilación, en agosto del 69, mientras los astronautas del Apolo XI desfilan triunfalmente por Nueva York, ya no puede viajar a parajes exóticos y desconocidos... Porque no los hay. Su último desafío, la única extensión posible, es la frontera del tiempo, sobre la cual discurrirá la trama.

No revelo nada al lector si digo que uno de los personajes, el malvado antagonista de Indiana, dice esto mismo: “Hemos conquistado el espacio, ahora nos queda conquistar el tiempo”. Pero el villano se refería al espacio solemne y monocorde del exterior, con los astronautas saltando cautelosamente en la Luna. Mientras que el espacio clausurado, agotado, jibarizado intelectualmente, es aquel espacio misterioso y exótico, que va de finales del XVIII a primeros del XX, por donde Indi, el profesor Jones, había desarrollado abruptamente su trayectoria. Ni el Marruecos ni la Sicilia que aquí aparecen son los lugares “pintorescos” que podrían haber sido en los años 30 donde el profesor Jones comienza sus erráticas aventuras y malandanzas. Son, de un modo evidente, lugares perfectamente “civilizados”, abocados a un turismo caudaloso. Y como tales, excluidos para siempre de lo evocador, de lo misterioso, de lo insólito. Esa es la justicación profunda en la que se sostiene Indiana Jones y el dial del destino, en la cual se persigue un ingenio astronómico, la Anticitera, creado por Arquímenes, que aquí resulta ser un artefacto para viajar en el tiempo.

Es, pues, todo ese mundo rumoroso, inquietante, que aún alberga misterios insondables, el que muere en la segunda mitad del XX con la llegada del turismo masivo. Es ese mismo mundo (su posibilidad imaginaria) que se ha llevado consigo a la figura, en gran medida pueril, del detective privado. Pero a finales de los 60 ya no es concebible el Wallhala y no existe Shangri-La. Solo queda el puro viajar en el tiempo que se le ofrece a Jones en esta última salida. Le queda viajar hacia las cosas que ama, atravesando la niebla de los días. Al viejo doctor Jones le queda, oh paradoja, la arqueología.

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