Les hablaba la pasada semana de las dificultades que sufren los autónomos en España. Enumeré entonces los factores económicos que ponen en peligro una aventura casi siempre incierta. Hoy, como les anuncié, abundaré en otros que contribuyen a ensombrecer todavía más su futuro.

Si nos centramos en los que tienen que ver con la propia gestión empresarial, no es difícil subrayar los principales: la falta de formación, por ejemplo, debida a una mayor dificultad para reciclarse por falta de información y de tiempo; le escasa implantación de nuevas tecnologías y de sistemas de calidad, para lo que carecen de la necesaria disponibilidad inversora; los enormes problemas para contratar, crear puestos de trabajo estables y ofrecer sueldos que permitan retener el talento; la práctica imposibilidad, dados los altos precios del mercado inmobiliario, de asentarse en ubicaciones verdaderamente competitivas; la minoración de beneficios frente a competidores que, por su mayor tamaño, convierten la batalla en desigual; el laberinto de reglas y ordenanzas locales (aparcamientos, zonas de carga y descarga, horarios comerciales, licencias de obras, normativa de ruidos, licencias de apertura y uso de locales, etc.); y, al cabo, a pesar de la simplificación de procesos, el galimatías de la propia gestión interna, una tarea que obligadamente dejan en manos de gestores y asesores externos, lo que genera un coste que no siempre pueden asumir.

Queda, y no es poco, el peliagudo asunto de su estatus personal. De éste, es proverbial la mínima protección que, en comparación con los trabajadores por cuenta ajena, obtienen. Bajas laborales, ayudas frente al paro y pensiones -especialmente la de jubilación- son, para ellos, capítulos penosamente pendientes. Añadan la mayor exposición al estrés, el imposible de la conciliación, una mala imagen social todavía no desmontada por completo, una vida sacrificada, de cinturón ajustado y vacaciones inexistentes, la soledad que suelen sentir frente a tal avalancha de problemas y, cómo no, el increíble azar al que someten su patrimonio personal, y ya me dirán si no hay que estar loco, o casi, para encarar semejante reto.

Héroes, a veces sin alternativa, y mártires de un sistema que tiende a olvidarlos, hora es ya de tomarse en serio su valentía, de acompañar, sin reparos ni falsas promesas, su peripecia y de reconocer, con hechos y no con palabras, su insustituible función social.

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