Teníamos una fragata navegando junto a la flota americana, pero se ha dado la vuelta. El Gobierno español no se fiaba demasiado de las intenciones de Trump para desviar la flota hacia el Golfo Pérsico, sobre todo con las tensiones actuales entre Irán y Estados Unidos. No hay duda de que es un ejercicio de equilibrismo diplomático por parte de un Gobierno en funciones. Pero dejarse llevar podría meternos de cabeza en un polvorín.

Europa ve florecer a la ultraderecha, sin acertar en frenarla desde las estructuras democráticas. Ahora nos enfrentamos a las elecciones al Parlamento Europeo. Y hay encuestas que advierten que casi la mitad de los europeos no quieren que sus países sigan recibiendo refugiados. Eso no quiere decir, necesariamente, que sean xenófobos, pero sí que el discurso del miedo ha calado. Y con esa premisa los partidos tendrán muy difícil hacerse entender por encima de los populismos facilones.

Eurovisión tiene atrapados a millones de fans en toda Europa, muchos de ellos jovencísimos. Hay una campaña de boicot a este festival por el lugar en que se celebra: Israel. Pero cuando intenta explicar las razones de este boicot se encuentra con un muro de incomprensión, como si eso que lleva pasando desde hace casi un siglo en realidad no estuviera pasando. Y lo mismo ocurre con Angola, Sudán, Afganistán, Birmania… todos esos muertos no existen para una preocupante mayoría.

El ser humano, como especie, está poniendo en grave riesgo su propia supervivencia. Y de paso el de millones de especies. El calentamiento global, la contaminación de aire, tierra y mar, la sobre-explotación de los recursos… ya son de una evidencia que muy pocos niegan. Y resulta que todo eso está directamente relacionado con la hamburguesa que nos comemos, el móvil que usamos o la ropa que vestimos. Porque este sistema productivista nos ha convertido en consumidores compulsivos, pero deja el acto de consumir en nuestras manos. Y así, somos al mismo tiempo víctimas y cómplices, un bucle perverso.

Podemos hacer un largo listado de problemas a los que esta sociedad se enfrenta. Y todos revisten mucha complejidad, porque uno de los denominadores de esta sociedad es justamente ese: la complejidad. Así que, para conseguir salir airosos de todos esos retos necesitaremos hombres y mujeres capaces de gestionar la complejidad, que tengan una mirada amplia en el espacio y en el tiempo, que comprendan el potencial de la diversidad, que concilien la tecnología con los ritmos del planeta, que entiendan que este planeta no es una propiedad, sino un hogar irreemplazable.

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