Miguel Martín Pérez / Licenciado En Ciencias Económicas

Felicidades, Majestad

70 años: La segunda juventud, según San Isidoro; la máxima sabiduría, según Tertuliano. Treinta y dos años de reinado, el quinto monarca de más recorrido de todos los de España y más extenso y fecundo que el de su abuelo D. Alfonso XIII y su tatarabuela Isabel II. Fallaron los de chiste fácil de Juan Carlos "el breve" y también aquel tan rebuscado en el que Franco le decía que el día de su entierro no fuera ni de capitán general ni de frac sino de primera comunión por las "os...." que le iban a dar.

El 5 de enero de 1938 el avión de los Reyes Magos no podía sobrevolar España, las baterías del Ebro lo hubieran derribado y ni siquiera le quedaba recursos para aterrizar en el cercano Teruel, donde acababan de asesinar a un obispo, así que dejaron al niño en una casa de un barrio burgués de Roma.

Pasa una infancia triste en Estoril, país vecino -pero en definitiva extraño-, en una villa que las hay mejores en Punta Umbría y quizás no las haya peores en La Dehesa Golf, donde la "columna Bago" tiene que emplearse a fondo porque los delincuentes saben lo que buscan.

A los diez años viene a España a estudiar en una finca habilitada como improvisado colegio, con cuatro niños de la alta sociedad española pero que son mutuamente extraños. Más tristeza todavía. Después viene la época de las academias; lo tuvo que pasar mal en un ejército que aunque lo trató con corrección era absolutamente "franquista".

Su paso por la universidad fue también algo patético, casi nadie le echaba cuenta y lo miraban como un "bicho raro". Presencié el 'Desfile de la Victoria' de 1959 donde iba de alférez al frente de su sección. Falanguistillas, posiblemente pagados, corrían por el lateral abucheándolo, mientras en la tribuna las señoras de 'los mandamás' encopetadas hablaban de sus cosas con la mayor indiferencia ante el paso del futuro Rey de España. Nadie batió una palma como a un torero mediocre que además no acierta con el estoque.

Un gran hombre tiene detrás una gran mujer, en este caso no es un aforismo sino una verdad, Doña Sofía, que ha sido hija de rey que ha visto el exilio hasta tres veces, tiene el suficiente oficio para ejercer de reina aún en las circunstancias más penosas. Para colmo es una mujer prudente, callada, listísima; nadie por muy antimonárquico que sea puede dudar de sus virtudes; creo que pasará a la historia como su tatarabuela la reina Victoria de Inglaterra.

España es un reino según la legislación franquista pero sin rey y el arco político es todo menos monárquico: los falangistas son por definición republicanos y de izquierda, aunque sea nacional. La gran masa es franquista con más o menos ilusión. La creciente oposición está compuesta de liberales, socialistas, comunistas, nacionalistas etc. Son todos menos monárquicos. Sólo queda un grupo pequeño pero aferrados a la legitimidad dinástica que como es lógico no admite más que a D. Juan.

Para colmo está la rama tradicionalista que no se puede olvidar que hizo mucho en la guerra y que tiene a D. Hugo como pretendiente, y para hacerlo más difícil todavía Franco lo puede tener no claro, pues hay que tener en cuenta además a los infantes D. Gonzalo y D. Alfonso, hijos del hijo mayor de Alfonso XIII y por tanto si Franco ha dado un salto en la dinastía pueden además hacer un retroceso, y estos dos personajes se mueven mucho mejor por Madrid y al menos D. Alfonso goza de bastantes amistades y para ponerlo más difícil todavía se casa con la nieta del General. D. Juan Carlos está por tanto "solo ante el peligro".

En estas circunstancias muere Franco y decepciona la primera medida del Rey: "seguir con el mismo presidente del Gobierno" y a los seis meses sorprende mucho más al elegir a Adolfo Suárez en teoría un falangista, listo pero sin pedigrí y sin mucha talla intelectual y lo digo con enorme cariño. Fue un hábil político para el momento pero no me cabe duda que D. Juan Carlos y posiblemente consejeros anónimos fueron los que dirigieron todo y Suárez lo supo cumplir de maravilla.

No cabe duda que D. Juan Carlos fue el impulsor de que las cortes franquistas se hiciera el 'haraquiri' votando la reforma política expuesta en las Cortes nada menos que por un sobrino carnal del fundador de Falange. No cabía más.

Se celebran las elecciones, sin un pero democrático, con participación no sólo de comunistas sino de las especies más extravagantes de las extremas izquierdas. A continuación se aprueba la Constitución por una inmensa mayoría y el Rey que era sólo legal se legitima de derecho, y de hecho lo hace un 23 de febrero donde su sola presencia en la televisión hace que precipitadamente mucho altos jefes del Ejército se quiten apresuradamente el uniforme que se acababan de abrochar y que multitud de ciudadanos dudosos aprendan perfectamente lo que es una Constitución y como hay que interpretarla aunque algunas cosas no gusten. En sólo cinco minutos el Rey acabó con una tradición golpista de más de ciento cincuenta años.

Se produce el imprescindible y deseado cambio político, entrando en el poder el Partido Socialista, de izquierda y desde su creación republicano acérrimo. Pero por encima de todo el PSOE es constitucional y español, como sus siglas indican y se da además la feliz circunstancia que entre el Rey y Felipe G. (g de González y también de Grande) existe los que hoy se llama 'feeling' y se entienden los dos mejor que Sagasta, también de izquierda, con su bisabuelo Alfonso XII. Son unos años de verdadera normalidad monárquica e incluso de exaltación.

Como anécdota vivida contaré que en una conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid el orador, un premio nobel sudamericano se confundió y dijo el presidente Juan Carlos surgiendo inmediatamente los lógicos murmullos a lo que el orador apresuradamente empezó a decir "perdón, el rey; perdón, el rey" y un comunista amigo mío y vecino de asiento se precipitó y dijo en voz alta "no se preocupe usted, si lo quitan de Rey lo haremos presidente de la república", lo que fue vitoreado con una enorme ovación.

Creo que el cénit de la popularidad llegó en la inauguración de las Olimpiadas del 92 cuando una todavía "bastante española" Barcelona se levantó a aplaudir la entrada del príncipe con la bandera española al frente de nuestra representación deportiva.

Viene la época de Aznar que lógicamente no tiene problema, aunque no hay tanta corriente eléctrica, ya que Aznar en definitiva era el 'caudillo', un 'caudillo' legal y democráticamente elegido y además que gobernó con gran eficacia pero en definitiva un 'caudillo' y un rey son incompatibles.

El 11-M en el país se produce una de las más inesperadas sacudidas de toda su historia; tres días después, contra todo pronóstico, gana las elecciones la izquierda, por supuesto el PSOE, pero resulta ser un PSOE distinto al que habíamos disfrutados y al final también sufrido durante catorce años.

Felipe González tuvo como modelo a los líderes social-demócratas de la época (Whily Brandt, Mitterand, Olon Palmer, etc..) y Zapatero tiene a D. Manuel Azaña, ambas opciones son totalmente legítimas lo que pasa es que aunque Azaña no era socialista sino de un partido burgués republicano era la representación maximalista de la izquierda montaraz incubada en España durante más de un siglo y que siempre tuvo por bandera ser antimonárquica, antirreligiosa y antitradicional en cuanto a muchos valores y lo digo con todo el respeto a la figura de Azaña pero también con toda la crudeza sobre su desgraciada actuación ante la historia pues no fue más que un jacobino trasnochado.

Las relaciones entre el monarca y el presidente actual creo que son aceptables y diría que hasta fluidas pero a partir del 2005 se produce una verdadera intoxicación antimonárquica en España, que llega a situaciones increíbles como es el rechazo de la elección de Doña Letizia por el Príncipe Felipe. Este rechazo lógico que se hubiera producido entre las damas aristocráticas por el casamiento real con una "plebeya" pero no entre el pueblo que debíamos de estar orgullosísimos de que eligiera a una mujer del pueblo simplemente por amor.

A principios del pasado 2007 se llega a cotas ya ínfimas de aceptación monárquica cebándose en la infortunada separación de la infanta Elena, en un país donde le divorcio está legalizado desde el principio de la democracia y desgraciadamente se cuentan por centenares de millares las parejas que pasan por este trance.

En una situación política confusa, extraña y muy peligrosa, sobre todo en cuanto a lo principal que es la unidad y coherencia del país, el Rey hace unas declaraciones que son aceptadas por todos. Inmediatamente después tiene que defender a su presidente del Gobierno que ha sido injustamente increpado por un personaje demencial y caricaturesco que se ha saltado por supuesto el orden y el turno en una reunión del máximo nivel de jefes de estado y de gobiernos. D. Juan Carlos vuelve a dar en la tecla exactamente igual que lo hizo cuando acabó con el régimen anterior, cuando abortó un golpe de estado y como tantas veces más, cosa que ha seguido repitiendo en los momentos actuales ya con el aplauso mayoritario del pueblo, como su magnífico discurso de Nochebuena y su aparición naturalmente de acuerdo con el Gobierno en el frente de Afganistán para estar junto a españoles que por cumplir con su deber lo están pasando muy mal y arriesgando como uno más de ellos su vida o quizás mucho más pues hubiera sido presa suculenta de las incontrolables bandas afganas.

¡Salud Majestad! y que cumpla muchísimos más no sólo por su bien sino por el bien de España.

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