Alas de mariposa

Lúa Martín

Esposas

"Una noche, vuelve del trabajo con un perfume diferente en la camisa, un perfume de mujer"

Se ganaron su derecho a serlo, después de un noviazgo largo, -o no-, pero la mayoría se vistieron de blanco y, con los nervios a flor de piel, escucharon y pronunciaron una promesa de amor eterno. Anillos, pétalos volando y fiesta con amigos. Viaje de novios y bienvenidas a la realidad.

Aquel chico tan atento comienza a relajar las costumbres. La convivencia fantástica de esos fines de semana se torna en tedio y películas de chinos. Ha aparecido un cansancio que no conocías, el de "he estado trabajando toda la semana y me apetece el sofá". Los taconazos de los sábados y las cenas románticas se han convertido en una pizza precocinada,-que hoy hace la cena él -, y en un mando a distancia arrebatado, que maneja como un cetro de poder. Tú también has trabajado, dentro y fuera de casa, pero no te apetece enterrarte en vida. Y te descubres empujando el tiempo, para que llegue el lunes y relacionarte con tus compañeros.

Y al poco, te descubres empujando el tiempo y un carrito de bebé, de dos plazas. Las bolsas de la compra, los pañales, las estrías en lo que era tu vientre plano. Te miras al espejo, sentada con un niño en cada teta y unas ojeras que te llegan a la nuca, el corte de pelo descuidado y las zapatillas de andar por casa. No te reconoces.

Él, tiene cada vez más reuniones de trabajo y vuelve tardísimo. Tú, ya te procuras reuniones las mínimas, que tienes que poner lavadora, atender las tareas de clase, hacer cena y almuerzo del día siguiente, tender la ropa y poner el robot aspirador, último regalo de aniversario. - ¿En serio?-

Una noche, vuelve del trabajo con un perfume diferente en la camisa, un perfume de mujer. Y te callas… Tu familia, tus hijos, tu hogar, tu juramento de amor eterno. Han pasado veinte años y ya no eres la jovencita sexy que él conoció. Y encima te culpas. Al día siguiente dejas a los niños con tu madre y vas a la peluquería, a comprarte lencería nueva y un vestido escotado, a ponerte rompedora. Te vuelves a poner aquellos taconazos y esperas a que llegue. Tarda mucho. Te quedas dormida en el sofá y amaneces con churretes en los ojos y una manta piadosa por encima. Te sientes estúpida y lloras sin consuelo. Asúmelo: estás sola.

Ninguna esposa quiere compartir a su marido con otra mujer. Y ya me conocéis: en la lucha de David contra Goliat, siempre iré del bando de David. (2ª parte)

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