
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Siluetas
Anotaciones al margen
Dentro de la parafernalia que envuelve al mes de diciembre están los discursos institucionales de los líderes políticos por la Navidad y por el fin de año; algo que no nos es exclusivo sino que compartimos con muchos países. La verdad es que, en general, no sirven para nada y solo forman parte de ese ritual de final de año; no suelen aportar nada nuevo. Lo que en ellos se dice son generalidades o, como si fuéramos unos inmaduros, advertencias para que nos portemos bien y vayamos por el camino que nos indican, porque así todo marchará estupendamente. Desde luego si la justificación para tales discursos es la de felicitar y desear un próximo año próspero se pueden ahorrar palabras y espacios en los medios utilizando la tradicional frasecita que conocemos, o para que puedan ir de modernos, recurriendo a los típicos mensajes por las redes sociales. Hasta las reacciones que suscitan suelen ser muy previsibles. El del otro día, el del Jefe del Estado -rey- fue anodino y, prácticamente, podría haber sido el mismo de cualquier año pasado de los que lleva asumiendo ese rol y, presumiblemente, serviría para el del año que viene y el de otro y así sucesivamente. Es verdad que como una raya en el agua pueden darse algunas excepciones mínimas, como la de Podemos que ha querido mostrar una imagen sin estridencias, dando calorcito a la Corona. ¡Ay, quién te ha visto y quién te ve! Los demás, como siempre, unos ensalzando y otros criticando; diciendo lo mismo, con una melodía cansina que se repite, en la que solo cambia el instrumento que la acompaña. La mejor conclusión que se puede extraer de los discursos es que representan un resumen ejemplar de la situación española: un bucle que no acaba por resolverse, como un disco de vinilo rayado que nunca salta al siguiente surco y que afecta a todas las instancias que conforman el Estado, desde el central hasta el municipal. Y el gran hacedor de ese dar vueltas sobre lo mismo tiene el nombre de Pedro y el apellido de Sánchez. Alguien que a nivel político está desacreditado por su falta de coherencia, sus falacias, cambios de postura y pasteleos, más que nada para satisfacer su ambición personal, sin más consideración; que está cuestionado por militantes de su partido, aunque no lo muestren en público, porque como lo sentenció en su día Alfonso Guerra, en el PSOE quien se mueve no sale en la foto. El problema es que la práctica de esa suerte taurina de Don Tancredo, con su inmovilidad y silencio, nos perjudica a todos.
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