Elena Sanz

Desvalorización del conocimiento

en lo escondido

26 de mayo 2011 - 01:00

HOY he comido con mis padres. Una costumbre muy sana que mi paladar disfruta de vez en cuando, porque no es posible mejorar el sabor de los recuerdos de la cocina de nuestra madre.

Cuando uno almuerza en casa ajena también debe adaptarse a otras costumbres y, por ejemplo, ver programas de televisión que suele evitar. Y en esas estaba yo, viendo con mis padres el concurso Saber y ganar, del que son unos fieles seguidores. Este programa pone a prueba los conocimientos de los concursantes que al final ganan una miseria (al menos, en comparación con otros en los que, por elegir una casilla o contestar una pregunta tonta, puedes conseguir una suma increíble de dinero), en esas está un jugador que lleva la friolera de 96 programas ganando y dejando a los televidentes pasmados con su sabiduría.

Hoy el presentador le recordaba que únicamente le permiten estar un máximo de cien programas, independientemente de que siga ganando y jocosamente le preguntaba que qué iba a hacer cuando no tuviera que ir al plató de la televisión. Y ahí está lo increíble, el concursante le dijo: "buscar trabajo".

¡Buscar trabajo! Hablamos de una persona joven, no debe tener más de treinta y cinco años, con un bagaje cultural impresionante. Así que el premio después de cien programas va a ser un remanente para soportar algunos meses sin ingresos.

Realmente no entiendo lo que ocurre en este país, en esta sociedad, en este sistema. Cómo es posible que gente de tanta valía no pueda desarrollar sus conocimientos, ni sea aprovechado por la sociedad y únicamente les sirva para destacar en un programa de preguntas y respuestas.

Desde hace muchos años, diría un par de siglos, se viene luchando porque España sea un país con un nivel educativo elevado, sin analfabetos, con un índice de universitarios alto. Y ahora cuando más o menos lo tenemos, resulta que desde el nivel más básico hasta el más ilustrado se encuentra en la misma situación de desolación laboral.

Muchos emigrantes de la guerra volvieron con el milagro español de los años sesenta y setenta, y ahora repaso en mi cabeza la cantidad de compañeros y amigos que se han marchado, no para vivir aventuras o enriquecerse con otras culturas, sino en busca de un futuro laboral más prometedor que el que nos ofrece nuestra tierra.

Es duro imaginarse en Reino Unido, Alemania y otros países de nuestro entorno, camareros abogados, dependientes arquitectos y limpiadoras enfermeras, buscando poder acceder a su independencia económica o a una aspiración mayor: trabajar de lo que saben, de lo que estudiaron duramente tantos años.

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