Desjudicializando

Vista la reacción de sus compañeros, la elección de Delgado como fiscal general es escandalosa y provocadora

Como soy de los que piensa que la formación del Gobierno, tal y como está la cosa, es un mal menor, no me sumaré a la cofradía de los que salen a la calle invocando su falta de legitimidad, entre otras cosas porque creo que los que así actúan yerran el tiro. A este Gobierno pueden colgársele muchas etiquetas (raro, caro, excesivo, componedor, contradictorio…) pero no la de ilegítimo. Es más, si no fuera por la inquietud que provoca el inevitable sostén de los separatistas, hasta diríamos que no es para tanto, aunque tengamos que tragarnos el sapo (su presidente el primero) de tener sentados a su alargadísima mesa tan sonrientes cada semana al matrimonio más famoso de Galapagar.

En estas primeras horas, diríase que el presidente está especialmente ocupado en visibilizar, primero, el control de la función económica y presupuestaria del ejecutivo, desconectando a la sección podemita de cualquier tentativa que ponga sobre aviso la mirada atenta de Bruselas y los mercados; y segundo, la intención declarada de replantear el debate catalán en los terrenos puramente políticos, desechando las medidas que más a mano tiene el Estado para defenderse, que el irredentismo indepe hasta ahora ha terminado por abocar a los tribunales. Precisamente en la consecución de ambos objetivos (la inacción del Estado a este lado y el cese de las hostilidades en el otro) está la garantía de una legislatura relativamente tranquila.

Sólo desde ese afán desjudicializador avisado desde el minuto uno se entiende el nombramiento como fiscal general del Estado a la anterior ministra de justicia Dolores Delgado que, vista la reacción de buena parte de sus compañeros, es además de escandalosa (el daño que se le está haciendo a las instituciones es el mayor pecado que se le puede reprochar al presidente Sánchez) provocadora, buscando no sólo poner la Fiscalía al servicio del Gobierno y sus intereses nunca confesados, sino que además así sea así visto por todos.

Es lo que tiene, en fin, la búsqueda de esa cuadratura del círculo por la cual se intenta contener al independentismo catalán y vasco en sus exigencias inasumibles pero sin tocar el texto constitucional, aunque sea forzando al máximo las estructuras del Estado. Un proceder temerario de incierto futuro y un camino sin retorno que, de no salir bien, puede llevarse al presidente por delante y tras él a todo su partido.

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