Visiones desde el Sur

Delitos de odio

Las palabras apresuradas de Grande-Marlaska deberían hacer reflexionar al presidente

Todas las estructuras tienen sus ojeadores. Es decir, contienen entre el personal de su plantilla, a un grupo de personas perfectamente organizado cuya misión es enterarse de lo que ocurre. Su trabajo consiste en leerse la prensa, escuchar los informativos de radio y de televisión y bichear las veinticuatro horas del día qué cosas se escriben y por quiénes, en las redes sociales.

Esto a algunos lectores les puede parecer una ordinariez, pero es literalmente así. Forma parte del engranaje necesario de cualquier sistema para subsistir. Los intereses de cada cual y su defensa ante la otredad, en un mundo cada vez más globalizado, hacen necesaria la existencia de tales negociados.

En el caso de España, cuando dije "todas" al inicio de este artículo, deberá entenderse desde la Casa Real hasta la última mediana empresa, pasando por las presidencias del Gobierno del Estado y de las comunidades autónomas, los ministerios, los ayuntamientos, los partidos políticos, los bancos, las multinacionales, los medios de comunicación y, en fin… les suma usted las que desee.

Ese conocimiento expreso por saber lo que acontece, permite hacer negocios variopintos, replicar o contrarrestar lo manifestado por otros cuando es menester, mentir a destajo colgando noticias falsas acá y acullá para hacerse con un veredicto favorable de la ciudadanía, y, sobre todo, mantener engrasado el músculo de la entidad que se representa, ya sea pública o privada.

Bien, dicho lo anterior, vayamos al epicentro. Los delitos de odio están creciendo en España y en el mundo. Es una realidad constatable con números, con datos fehacientes. Y, a dicho aumento, no es ajeno el renacer de políticas de ultraderecha, fascistas, cuyos líderes alientan con soflamas incendiarias digamos que a conciencias poco amuebladas o, en última instancia, interesadas o fanáticas. Pero, establecida esta premisa del odio al diferente, vayamos a una cuestión relacionada con ella: al inexistente ataque xenófobo en Malasaña. No son admisibles las declaraciones del ministro del Interior Grande-Marlaska, sin esperar el resultado de las investigaciones de las fuerzas de seguridad y de inteligencia, que, para colmo de males, le asesoran directamente a él. Sus palabras precipitadas e imprudentes, nada acordes con la realidad, debieran hacer reflexionar al presidente. Dicho ministro está metiendo a este Gobierno en demasiados entuertos innecesarios, y a la hemeroteca me remito.

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