Escuchaba hace días en la radio que la mala uva -cambio la palabra porque no me gusta la acepción láctea- se extiende como reguero de pólvora en los últimos tiempos. Y eso engendra odio, rencor, perversos empecinamientos, trasnochados revanchismos, rancias venganzas, innecesarias reminiscencias de un tiempo afortunadamente fenecido. Lo pernicioso de todo esto es que se mezcla con ciertas ideas o ideologías todo ello a pesar de que determinados analistas o articulistas nos hablen con sorprendente convicción tanto de su ocaso como de su agonía. No creo que sea ni ocaso ni agonía sino una tremenda confusión. Una ceremonia enloquecida de desconcierto al que contribuyen todos los partidos por igual, si bien unos más que otros. No hay más que ver lo que está pasando en Andalucía donde, como de costumbre en la política española, el interés de los partidos y las ambiciones personales amenazan el cambio político tan bien acogido y celebrado por la mayoría. Y se diga lo que se diga es la consecuencia del resultado de las elecciones.

Hace unos días en esta columna ponía en duda el sentido de la democracia de ciertos partidos y en especial el cacareado liberalismo de Ciudadanos, que en este delirante laberinto en que se ha convertido la formación de un Gobierno en la Junta de Andalucía, sus dirigentes parecen ostentar una radicalidad incompatible con su aparente ideología. Un amigo me decía hace unos días: "¿Qué se han creído estos de Ciudadanos?". Tanta pretenciosidad parece impropia de un partido residual, hecho de votantes huidos de populares y socialistas esencialmente y de supuestos liberales reconvertidos de la noche a la mañana. Olvida el Sr. Marín, experto en metamorfosis políticas y siervo fiel de la Sra. Díaz, y los suyos, que tras la última legislatura junto a los socialistas, se han hecho responsables de cuanto se achaca al Gobierno derrotado: corrupción, clientelismo partidista, impuestos abusivos, excesivo gasto público, recortes educacionales y sanitarios -el gasto sanitario por habitante de Andalucía es el más bajo del país, Huelva está en puestos de cabeza en las demoras de asistencia hospitalaria-, incumplimiento de los decretos de garantía, arrogancia desmedida, alto desempleo y un largo y penoso etc.

No parecen oportunas sino oportunistas las exigencias de Vox sobre la polémica Ley de violencia de género (denominación discutible), que, por cierto, incluye un plan de reeducación feminista de los profesores y la mitad de los votantes socialistas cree que no frena el maltrato, cuando no dejan de sobresaltarnos continuos y abominables sucesos violentos. Su sorprendente ascenso no avala planteamientos conflictivos. El chantaje, las presiones, las posiciones radicales, la altanería y las intransigencias no son recomendables cuando se negocia un cambio histórico y trascendental para Andalucía. La cordura y la sensatez se imponen.

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