
El lado bueno
Ana Santos
Violencia estética: el pan nuestro de cada día
5º Domingo de Cuaresma
CUENTAN los antiguos cómo Juan Belmonte, ya retirado del toreo, se acercó una calurosa tarde veraniega hasta un pequeño pueblo castellano para presenciar un festival taurino. A su llegada, y ante el revuelo desatado por su presencia, fue invitado a ocupar el palco de aquella minúscula plaza junto a las autoridades del lugar. Una vez allí se encontró con el alcalde de la localidad que, en tiempo pasado, fue banderillero suyo. Tal fue la sorpresa que nada más verle allí sentado le espetó: "Vaya… sí que has llegado lejos siendo tan sólo un banderillero. ¿Cómo lo has logrado?". A lo que el alcalde, que era un personaje algo guasón, le respondió: "Degenerando maestro, degenerando".
Pues bien, analizando el momento actual de nuestras cofradías me doy cuenta que hay más similitudes de las que nos imaginamos con aquél avispado banderillero. Y no en vano, tenemos una Semana Santa que va creciendo cuantitativamente hablando pero que, simultáneamente, va degenerando en su esencia más fundamental. Nos encontramos con una Semana Mayor, de arte menor en muchos aspectos, cargada de valores muy aguados, en la que casi nada mantiene su pureza. Todo se suaviza, de nada se prescinde, nada se exige. Crecemos a pasos agigantados en algunos aspectos; sin embargo, ¿dónde quedó la esencia de tantas cosas que se quedaron en el olvido?
No me negarán ustedes que no vamos degenerando y degenerando cuando, en determinadas ocasiones, uno se acerca a contemplar una imagen en su paso procesional por las calles de la ciudad y, de manera sorprendente, hay más público congregado junto al banderín de la banda de cornetas y tambores de turno que en torno al verdadero protagonista de todo esto, que no es otro que el hijo de Dios. Y qué decir tiene el regimiento de fotógrafos, aparecidos de la noche a la mañana con la llegada de la Cuaresma, que, en otras determinadas cofradías, se entremezclan dentro de los propios cuerpos de acólitos -formando otro paralelo de trípodes en lugar de ciriales- obstaculizando el discurrir del cortejo ante el desacato de las indicaciones del fiscal de paso.
Estamos creando una Semana Santa cómoda, fácil, en la que, para muchos, su compromiso con la hermandad se reduce tan sólo al tradicional pescaito y a la tertulia con los de siempre, donde todo parece fraternidad. Si el hermano no responde a las necesidades de la corporación, e incluso a las necesidades de otros hermanos, haremos de las cofradías un reducto marginal, capirotero y cómodo.
Degeneramos paulatinamente en el respeto al cuerpo de nazarenos. Se atraviesan las ordenadas filas por donde mejor parece; se atropella a penitentes con cruces; se pasea entre las filas de hermanos, y ¡ay, de aquéllos que osen mancharles de cera!; se arrojan al suelo cigarros encendidos por donde transitan los nazarenos, especialmente en la madrugá, así como chicles, papeles y toda una gama de desperdicios.
No seré yo precisamente el que diga lo que es correcto y lo que no; ni lo que hay o no hay que hacer, pero una Semana Santa en la que proliferan las cofradías piratas; una fiesta en la que se ven cultos internos, donde casi pasa desapercibido el sagrado titular; una celebración donde se ven guiones corporativos escoltados por cera -como si de una insignia litúrgica se tratase- no puede ser jamás un buen momento.
Degeneramos y degeneramos a paso mudá en muchos aspectos fundamentales. La Semana Santa de antaño nunca fue así; y aunque estamos a muy pocos días de ver el primer nazareno de un estrenado Domingo de Ramos, aún sobra tiempo para un buen propósito.
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