Enhebrando

Manuel González Mairena

Cuento de Navidad (III): ¡Ya vienen!

Da igual la edad que se tenga, siempre pasa igual ante un regalo. El universo se frena en ese instante

Dentro de un par de días estaremos comiendo tomates sintéticos y pollos de plástico. Una horda de dinosaurios y maleantes devorará a unos pequeños e inocentes paseantes. Un camión de bomberos atravesará sin preaviso el sofá de nuestra casa y los pasillos se convertirán en improvisados estadios de fútbol. Habrá llegado ese momento en el que bautizar a bebés de corazones articulados y a mascotas suaves y peludas con huesos de algodón. Nada de lo que alarmarse, todo tendrá un mágico sentido. En un rincón quedarán los papeles de envoltorios, las cajas vacías que portaban la alegría, plásticos sobrantes, las innecesarias instrucciones de los juguetes ya construidos por los pajes de sus Majestades, y un buen puñado de horas robadas al sueño.

Y da igual la edad que se tenga, siempre pasa igual ante un regalo. El universo con sus astros se refrena en ese instante de colisión entre el deseo y la sorpresa. Porque tras cualquier papel se envuelve mucho más que el objeto. Conviven un pensamiento, el mimo y el tiempo en hacerse con él, que resulte luz a los ojos de quien lo desempaqueta, ya sea porque estaba en el listado de sus anhelos o porque, sin concebirlo, cubra un hueco en sus necesidades o emociones. Porque no va del valor numérico, por eso no tienen precio visible, ni de la marca o modelo. Consiste en otra cosa. Alguien trajo hasta ti algo para ti, con toda su extensión. Cortado a la medida de un afecto.

Ése es el obsequio. Ésa es la magia. Por eso, si algo de lo que recibes, no termina de entrar en tus planes, borra cualquier graznido extraño de tu cara, no corras de inmediato al ticket regalo y a pensar en un sustituto. Emociónate ante esa porción sólida de amor que sostienen tus manos. Celebremos esas impagables milésimas de segundo. En ese instante lo único que se puede devolver es un gesto amable. Incluso el más apresurado de los regalos guarda un corazón acelerado. Mañana llega esa noche que se anuncia con una cabalgata que reparte nervios e ilusión. Mañana es turno de mirar al cielo y dejarse guiar por las estrellas. Dudo que haya una tradición más hermosa y necesaria. Pero claro, qué os voy a contar yo, que vivo esto como el que más, que soy capaz de irme con otros dos amigos, tirarnos no sé cuántos días y no sé cuántos kilómetros por ahí con tal de hacernos con los más peculiares regalos. Pero eso ya es otra historia, ahora toca la de cada hogar, la de cada presente.

Firmado: Melchor.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios