H style="text-transform:uppercase">ay nombres que pasan a la posteridad de una historia sencilla, popular, casi inadvertida y a veces con un sello de valoración que no corresponde.

Durante casi cinco décadas, desde la posguerra hasta los años ochenta, el nombre de una vedette de serie B consiguió la fama y todo el esplendor popular que para sí hubieran querido muchas de la serie A.

En una España pobre, hambrienta y llena de dolor por las tristezas dejadas por una guerra civil, apareció una compañía de teatro de pueblo, de armazón desmontable, de muchas bombillas de tungsteno mortecino, de música animada por una orquesta de varios músicos, de mucho cante flamenco y más de la copla andaluza, la permitida y popular de aquella época, con el rutilante titulo de Teatro Chino.

Años después, esta sacristía del espectáculo ya era famosa en toda España, como el teatro de Manolita Chen, su diva, empresaria y vedette principal.

Manolita y su teatro, saltándose las rígidas reglas morales de la censura, sabía cautivar a los jóvenes adolescentes con los brillos de las lentejuelas, los escotes pronunciados, los pantalones cortos y sus numerosas atracciones humorísticas de chistes de doble sentido que hacían las delicias del público.

Manolita Fernández, que era su nombre y apellido real, se ha marchado por el foro, en silencio, entre los muros de una residencia sevillana, cuando iba a cumplir los noventa años.

Ya solo queda en el recuerdo su teatro ambulante por todas las ferias de los pueblos y la belleza de una mujer que supo alegrar las pajarillas de una juventud y madurez de una forma que hoy daría que reír por su inocencia, en el desmadre actual.

¿Qué español a los veinte años dejó de ver a Manolita, con su pícara sonrisa, sus ademanes provocativos con permiso de la censura y su gracia en un escenario donde numerosas vicetiples, fresquitas de ropa para aquella época, cantaban y bailaban, con entusiasmo para alegrar las horas y las ilusiones varoniles del respetable? Sus canciones de coro resuenan en su sencillez como después sonaron las de las alegres chicas de Colsada. Un tiempo ya muerto donde lo prohibido es hoy como un chiste malo de un tiempo olvidado.

Manolita Chen, la viuda del chino Chen Tse-Ping, ya es historia de la farándula popular de un mundo del espectáculo inexistente. Gracias a ella, aquellos tiempos difíciles tuvieron horas agradables con su indiscutible arte e ingenio para navegar entre las olas de mojigatas censuras establecidas.

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