El vídeo de Antonio Banderas para promocionar Andalucía como destino turístico ha entusiasmado a la afición. Una buena idea, bien ejecutada, y Banderas lo borda. Un acierto de la Junta de Andalucía. Otros anuncios geniales nos han alegrado la vida a la salida del túnel. Nos han emocionado los spots de Cruzcampo, con el "mírala cara a cara, que es la primera". Se han convertido en virales, antes incluso de que empezara la campaña publicitaria, difundidos a través de las redes por los propios trabajadores de Heineken. Hay paralelismo entre ambos: minimalismo, sencillez, apelando al almacén de nuestros sentimientos.

Las marcas de cerveza locales están muy unidas a recuerdo y tradición. Pero en algún momento se convirtieron en terreno para un deporte regional de alto riesgo: el tribalismo. Fuera de Sevilla se encontraba uno gente que hacía objeción de conciencia con la Cruzcampo, por considerarla sevillana. (Aunque hay notables ejemplos de lo contrario: entre esas excepciones me viene a la cabeza la decoración del restaurante Tinta Fina de Granada, dicho sea de paso). Me encantaría saber de verdad lo que han sentido los objetores con esta campaña, tan sugerente como poco folklórica. Cruzcampo es una empresa de bandera andaluza; una marca de la que sentirnos orgullosos.

Claro que hay otras marcas con gran tirón, la malagueña Victoria o la granadina Alhambra quizá son las más destacadas. Como para presumir, igualmente. Pero las banderitas locales utilizadas como arma de ataque al vecino son un peligro. Ya tuvimos ocasión de aprenderlo con la frustrada fusión de las cajas de ahorro andaluzas hace 20 años. Todas alentando la hostilidad popular para evitar integrarse bajo el liderazgo de la Unicaja malagueña, para acabar las sevillanas, onubense y jerezana bajo bandera catalana, la granadina con pabellón madrileño y la cordobesa bajo divisa vasca. El tribalismo no es buen negocio. En el campo de la cerveza, nuestras prestigiosas marcas al final son locales en el sentimiento, pero detrás están los propietarios holandeses de Cruzcampo, los dueños catalanes de Victoria o los empresarios madrileños de Alhambra.

La cerveza belga de mayor éxito internacional, la Stella Artois, no es la que más se vende en Bélgica. La más consumida en el interior del país es la Jupiler. La verdad es que no sabría establecer diferencias entre las cervezas belgas por su nacionalidad. No estoy seguro de que allí se discrimine entre la valona Jupiler, originaria de Lieja, y las flamencas Stella y Maes, que empezaron en Lovaina y el sur de Amberes. Aquí tampoco, en general. Ahora que entramos en la media normalidad lo que toca es seguir los consejos de nuestro actor más internacional. Dejémonos de cervezas de bandera y pasemos a una superior categoría, la cerveza de Banderas: aquella que le permita a cada cual, con su marca favorita, disfrutar de la vida con todo corazón. Intensamente.

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