Cáncer y pandemia: hacia la normalidad

La pandemia ha reducido los programas poblacionales, lo que demuestra que los menos aventajados de la sociedad quedan excluidos de las medidas de salud pública

La ética de la salud pública tiene su raíz en los juicios de valor sobre las medidas para promover la salud de las poblaciones. Por ello, son objeto de su reflexión las intervenciones para el control de las enfermedades infecciosas o las utilizadas en la prevención del cáncer, entre otras.

La pandemia por SARS-CoV-2 ha dado lugar a una parálisis casi total de las actividades preventivas que, dentro del marco de la salud pública y de forma ordinaria, se llevaban a cabo en el sistema sanitario público. Así, los recursos empleados en los programas de cribado para el diagnóstico precoz del cáncer han sido desviados para la prevención, diagnóstico y tratamiento de la Covid-19.

En relación a este asunto, la revista Annals of Oncology Research ha publicado recientemente un artículo sobre el impacto que la Covid-19 ha tenido en el diagnóstico del cáncer. Según los datos, durante el año 2020 se detectó en Italia una disminución en la incidencia del diagnóstico de tumores, sobre todo de colon y mama, lo que se debe en su mayor parte a la suspensión de los programas de cribado durante este tiempo. También hay estudios en Estados Unidos y Reino Unido que corroboran esta situación, lo que comienza a preocupar a las autoridades sanitarias. Con el objetivo de paliar los daños derivados de ello, el Ministerio de Sanidad ha puesto en marcha una nueva estrategia del cáncer y la Unión Europea ha aprobado el plan EU4Health para los próximos siete años con el que, además de fortalecer el sistema sanitario frente a nuevas pandemias, se pretende potenciar las actividades de prevención, diagnóstico y tratamiento del cáncer.

La reducción, a causa de la Covid-19, de los programas poblacionales de prevención del cáncer incide directamente en la equidad, poniendo de manifiesto la llamada "ley de prevención inversa", por la que los menos aventajados socialmente son los que con mayor frecuencia quedan excluidos de las medidas de salud pública. Por ello, no debemos seguir dedicando todos los esfuerzos al control de la Covid-19, dejando a un lado las actividades preventivas en otras enfermedades. Si tal como parece, el SARS-CoV-2 va a terminar convirtiéndose en un virus endémico con el que tendremos que convivir muchos años, se hace necesario ir reactivando todos los programas de salud que han quedado aparcados.

En los primeros momentos de la pandemia se consideró ético el suspender las actividades que se venían realizando en la asistencia sanitaria ordinaria, incluidas aquellas para la prevención del cáncer y otras enfermedades crónicas. Esta estrategia obedecía a la necesidad de emplear los recursos disponibles para el control de la infección y la protección de la salud pública. Pero, a medida que transcurre el tiempo se hace necesario retomar estas actividades, priorizando aquellas que tienen más beneficios y menos riesgos para los pacientes, entre las que se encuentran los programas de cribado.

En la actualidad, la vacunación y las medidas de protección están reduciendo los contagios, lo que posibilita reiniciar los programas de screening del cáncer utilizando espacios seguros para los pacientes y los profesionales. Habrá que aprovechar las ventajas que ofrecen las tecnologías de la comunicación y planificar la recuperación de estas y otras actividades.

Tras la parálisis y el desconcierto de los primeros meses de pandemia, es el momento de poner en marcha los programas adaptados a la nueva situación, porque tan malo es el relajar las medidas de control de la pandemia como olvidar que el cáncer o las enfermedades cardiovasculares siguen estando entre las principales causas de mortalidad en el mundo.

Para ello y de acuerdo con el informe Prioritizing the rest of health care in a public health crisis de la American Medical Association, los servicios de salud deben dotarse de los instrumentos necesarios para garantizar la seguridad de los pacientes y los profesionales, disponer de equipos materiales y humanos para no mermar la atención médica a los procesos agudos y críticos, así como estar capacitados para hacer los seguimientos que los pacientes requieren.

Quizás, en este tema, la cuestión ética radique en establecer la prioridad en las actuaciones, asunto este no exento de complejidad, por lo que apliquemos el principio de prudencia para no errar en las decisiones.

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