La otra orilla

andrés García

Cañas y plásticos

Sorprende observar cómo, sin pasar ni una semana desde que lo perdieran todo, los trabajadores que sufrieron el incendio de sus chabolas en Lepe vuelven a levantarlas con cañas y plásticos. Pareciera que tuvieran prisa en volver a la fragilidad de la chabola, en abandonar cuanto antes el polideportivo municipal y las casas de acogida. De ellos lo primero que nos enseñaron era que habían perdido hasta sus papeles, como si fuese lo más valioso que atesoraban, ese documento que les da la condición de infraciudadanos, con el que pueden, al menos, acudir a un centro sanitario. Pero quizás una foto de sus hijos o la cinta del pelo de su novia fuese mucho más importante para ellos. Nos hemos acostumbrado a convivir con una de las situaciones más penosas de Europa, la de los asentamientos chabolistas junto a los invernaderos, y no nos conmovemos. Ni siquiera lo hacemos con las informaciones periodísticas o las denuncias de las ONG. Nos han escondido el dolor tras el estereotipo de "emigrante subsahariano", con un significado que señala a la clase social más baja con el derecho de acceso a un mercado laboral de segunda.

En los últimos 15 años hemos observado más soluciones dirigidas a destruir asentamientos que a solucionar el problema de alojamiento y trabajo de estas personas, y mientras tanto la desprotección e indignidad continúan. Si además ampliamos la mirada, observaríamos el riesgo que tiene perpetuar esta situación de marginalidad, el populismo como discurso político sobrevuela la derecha de media Europa y aunque aquí aún no ha llegado, no tardará en hacerlo. La creación de mesas intersectoriales, el desarrollo de un plan de trabajo amplio que recoja todas las necesidades de estos ciudadanos o la puesta a disposición de centros de acogida dignos, son algunas de las demandas de los propios interesados y las organizaciones sociales, pero parece que no hay interés en la administración pública en centrar y resolver el problema. No se quiere percibir el desastre en toda su dimensión, no se quiere ver a estos trabajadores nómadas como sujetos de derecho ¿tendremos que funcionar a golpe de tragedia?

Si Blasco Ibáñez describió hace más de 100 años la forma de vida de los pescadores de la Albufera valenciana como de "muy mala y dura porque viven en barracas de cañas y barro que no les protegen demasiado de las inclemencias del tiempo", ¿cómo definimos la de estos trabajadores, 100 años después, bajo cañas y plásticos?

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