POQUITO a poco, como corresponde a gente muy tenaz incluso en el error, la dirección del Partido Nacionalista Vasco (PNV) va extrayendo las consecuencias lógicas de sus reveses en las urnas. Porque los reveses han sido varios y consecutivos. En las elecciones autonómicas de 2005 -una especie de plebiscito para Ibarretxe y sus planes- la coalición PNV-EA perdió 140.000 votos.

En las municipales de 2007 tampoco les fue bien a los nacionalistas de Euskadi, pero ha sido en las generales del 9-M donde su deterioro (150.000 votos) se ha hecho notoriamente visible, ya que ha ido en beneficio del Partido Socialista, que se ha situado por encima de todo el gobierno tripartido de Vitoria en su conjunto. Se puede alegar que son tres elecciones distintas y que cada una responde a condicionamientos singulares. Pero es lo cierto que la idea de una mayoría nacionalista -la base para una aventura soberanista- se desvanece.

Y con ella la figura del lehendakari Juan José Ibarretxe, que hizo todo lo posible por aburrir al realista Josu Jon Imaz y ahora se encuentra con que su sucesor al frente del PNV, Íñigo Urkullu, sigue el mismo camino, el de la moderación y la búsqueda de acuerdos con el PSOE para intentar sacar al País Vasco del atolladero político e institucional en el que se halla sumido. Urkullu se dice dispuesto a un pacto de legislatura con Zapatero y no habla del referéndum ilegal de Ibarretxe más que para distanciarse del mismo. Hasta dibuja una pirueta insólita al proclamar que partido e Ibarretxe son "dos planos diferentes".

A Zapatero esta nueva actitud peneuvista le viene de perlas. Con sus seis votos y uno más de fácil conquista (el BNG, que gobierna con los socialistas en Galicia y está de lo más asequible, tiene dos) puede asegurarse una legislatura tranquila. Debe andar con cuidado, sin embargo. En el pasado ha cometido errores graves en relación con el País Vasco apostando por "ayudar" a agentes del entramado terrorista (sector negociador de ETA, sector autónomo de Batasuna) a salir de la violencia. Pero son ellos los que debían resolver sus contradicciones por sí mismos, igual que ahora es el PNV el que está emplazado a decantarse por salir del delirio independentista y continuar en la vía del Estatuto democrático, con reforma o sin ella, aunque la verdad es que poca autonomía más cabe atribuir al País Vasco sin romper la Constitución. En esta dinámica Zapatero puede ayudar a Urkullu, pero no sustituirlo ni quemarse con él en su pelea interna.

¿Y qué será de Ibarretxe si la nueva vía que apenas se vislumbra se consolida y triunfa? Pues que ocupará al fin su lugar en la Historia: un mal sueño, grandilocuente y estéril. Adiós, muy buenas.

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