Enhebrando

Manuel González Mairena

Burros verdes

Plazas y calles de Moguer, preparaos. El perejil se hizo carne. No lo toques ya más, que así es el verde

Rodeado de burros pequeños, peludos y suaves, lo normal sería tratar de pasar desapercibido, pero nuestro protagonista, sin querer ocultar su propio ser, intentó dar un rebuzno, profundo y sonoro, y le salió verde. Un nítido verde. Con su eco, igualmente verde. Y en lugar de esconderse, por miedo a que le señalaran inquisitorialmente con la pezuña, montó una librería a la que llamó La Taberna del Libro, locura entre locuras. Pasión. Pues todo verdadero amor exige una dosis de disidencia. Vio que todo aquello era bueno y decidió convocar a más de su especie (verdes escritor@s y creador@s, así los llamó) para celebrar el esfuerzo de rebuznar en color verde, el placer de conseguirlo. Así cada año, coincidiendo con el final de octubre, ya llegado el otoño, acuden en torno al fin de semana más largo del calendario, en el que se cambia la hora. Se retrasa el reloj. Un lugar para imperfectos, para quienes no encajan en una definición exacta, ni lo desean. Benditos los impuros porque saben el camino de regreso.

El momento ha llegado. Esta semana se alinean los astros. Se cumple la edición que iguala en número al mítico dorsal que portaba a su espalda Johan Cruyff, el 14. Desde este miércoles, casi una cuarentena (palabra maldita) de intervenciones, a saber: presentaciones de libros, recitales, brindis con espectáculo músico-poético y charlas en centros educativos (porque a ser burro verde también se aprende). Verde, verde y más verde. Verde en la librería, verde en institutos y colegios, verde en los bares que acogen poesía, verde en la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez. Lo último me parece paradójico, porque no tengo claro si Juan Ramón habría dado el visto bueno a este tipo de encuentros o si los hubiese detestado. Pero de haberlo detestado, estaría encantado, porque le encantaba el desacuerdo. Ni lo uno ni lo otro, ni verso ni prosa, pero poesía.

En todo caso, señalemos al principal culpable de todo esto, al fin y al cabo, no puede irse de rositas porque es verde. Quien rebuznó primero, quien quiso hacer un encuentro donde se mezclara poesía con ecologismo y se le fue de las manos, pues descubrió que la poética es, en sí misma, desarrollo sostenible. Su nombre: José Manuel Alfaro Márquez. Quien pone su esfuerzo verde y su tiempo verde al servicio, quizás, de una vida algo mejor. Por eso, quedan invitados. Plazas y calles de Moguer, preparaos. El perejil se hizo carne. No le toques ya más, que así es el verde.

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