Ansia viva

Óscar Lezameta

olezameta@huelvainformacion.es

Uno como los de antes

Rubalcaba tenía un saber estar, decir y actuar que no se atisba en la nueva generación de políticos actuales

De la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, puedo aportar poco más que mi experiencia como periodista de provincias -de la que por cierto, me siento cada vez más orgulloso-; no conversé con él aunque me hubiera apetecido darle las gracias por haber contribuido -y mucho- a que mi tierra fuera un lugar habitable. Recuerdo, eso sí, una impagable campaña en la que el presidente del PP en Almería, Gabriel Amat, se pasó quince días llamándole Robarcaba, con ese don para la oratoria que Dios le ha dado y la colleja que me llevé de Javier Albizu, paisano y jefe de prensa, cuando en una de ellas pregunté de quién coño estaba hablando en voz más alta de lo que pensaba. Tengo otra. Estaba de descanso cuando recibí una llamada de Juanma Marqués; malo. "Oye, que mañana te vas con Rubalcaba", fue la presentación. "¿Cómo?", fue mi respuesta aún con pijama en ristre. Me explicó esa nueva moda que impuso -con poco éxito- de hacer cinco actos en el mismo día "a calzón quitao" como reconoció en el primero de sus mítines. "Empieza en Almería, después va a Guadix y no sé dónde carajo más". Fueron todas las explicaciones, que menos mal que el PSOE tiene un equipo de campaña engrasado hasta la última pieza y quienes le acompañaban me lo pusieron muy fácil, porque de ser por las explicaciones del Marqués, todavía lo estoy buscando.

Empecé en Almería, seguí por Guadix -hasta aquí las instrucciones fueron correctas-, después le vi comer en Jaén, suspendió un mitin en Antequera porque al alcalde no le caía bien y terminó en Málaga, donde terminé el periplo y me metí algo en el estómago antes de terminar en la redacción de Málaga Hoy, donde me reencontré con Javi Cintora después de un porrón de años antes de escribir una crónica que salió en todos los periódicos del grupo.

La verdad es que me cayó bien. No leía nada, hablaba con el tono adecuado a cada escenario, desde una caja de madera en un parque accitano a una masiva afluencia en el recinto de la feria jiennense o a un pabellón malagueño lleno de enfervorecidos. En las horas siguientes a su muerte por un ictus que también se llevó a mi aita, abundaban las añoranzas de un político de ese calibre y es verdad. A pesar de las castañas que les meto en este huequillo, me caen bien, especialmente cuando no ejercen, pero echo de menos ese saber estar, decir y actuar del que hacía gala y que no se atisba en el horizonte más cercano.

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