Señores, se acabó el turrón. Pero un turrón podrido de miedos, de llantos, de angustia que durante doce meses nos lo ha hecho pasar canutas. ¡Menudo año el que se va!

Siempre, cuando llega esta fiesta de la Nochevieja, nuestro ánimo viene preparándose para el balance, para el recuento, para poner en la balanza, de cada mes transcurrido, lo bueno y lo malo que hemos sentido y desarrollado en los trescientos y pico de días que el calendario nos dio vida para realizarlo. La Nochevieja es una fiesta con nombre equivocado, pues es una noche en que todos nos sentimos jóvenes. No es Nochejoven, porque los años pasan y cuentan en nosotros, pero no la queremos hacer vieja, porque si es verdad que tiene muchos años, siempre es nueva para todos. ¿Recuento anual? Mejor no hacerlo, no mirar atrás y encontrarnos con un año cargado de dudas, de miedos, de sufrimientos y muertes. Ya cuando comenzó este triste y desgraciado año 2020, muchos sabían que la Covid-19 había desembarcado en China. Pero nadie lo dijo. Y cuando los Reyes Magos ya estaban de vuelta en oriente y el mundo celebraba ese loco y absurdo tiempo de carnaval, el virus abrió su manto y el mundo agazapado a la sombra de su epidemia mortal, se preparó para por fin acceder a su realidad y llamarle pandemia. En España cuando llegaron los idus de marzo nos encerraron en casa y mansamente no se nos ocurrió nada más que salir al balcón, como aquella querida mariposa sonora de los años sesenta, y aplaudir a nobles y arriesgados profesionales que intentaban detener al monstruo. ¿Y qué pasó...? Que aquel confinamiento largo, politizado, lleno de mentiras y cálculos erróneos -o verdaderos y rebajados- nos llevó a una etapa veraniega, donde creímos ilusoriamente, al decir de algunos políticos, que el coronavirus estaba vencido. ¿Y qué sucedió después...? Más miedo, más dudas, más controles y... más muertes por contagio, abrazados a incumplir reglas de oro sanitarias en la incomprensión de muchos. Nunca creí que viviéramos en un país tan ingenuo. Pero así fue y así continúa.

En la balanza, esa que yo siempre miro a fin de año, en un platillo el peso en oro de tantos sanitarios, policías, médicos, enfermeras, bomberos y tantos más que exponían sus vidas por los demás. En la otra balanza el peso de los contagios y la muerte, envuelta esta, en tantas formas y diferentes procesos agarrados a respiradores, sufrimientos y soledades. ¿Para dónde se vencía la balanza? No hay dudas. Y así llegamos a fin de año. El día de hoy. La Nochevieja. Se nos fue 2020, sin celebraciones, sociales, religiosas, festivas, históricas, devocionales como antaño. Adiós, año negro, triste, de luto lleno. ¡Vete ya! Esta noche ¿alzamos la copa, con las campanadas, las uvas y la sonrisa? Sí, porque el brindis tiene que ser de gracias por seguir vivos y de esperanza, aunque sea en ese alfajor que envuelve a las vacunas recién llegadas.

Feliz año 2021, con la ayuda de Dios.

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