Visiones desde el Sur

Abandonados

La telemática sin darnos cuenta nos impone qué leer, qué comer, qué vestir, qué opinar o qué pensar

La convivencia estuvo antaño, lo está hogaño, y continuará amenazada en el devenir. Es una maldita constante con la que la humanidad ha de cargar sobre los hombros mientras exista. La razón no es otra que la posesión de los demás en sentido amplio; el encontrar la forma de mantener a los otros en una sumisión si no absoluta, parcial, con el objetivo de que unos pocos se vean beneficiados con el rédito que esos comportamientos les suministran. Se trata de controlar la voluntad del pueblo utilizando todas las argucias posibles.

Dicha amenaza para la convivencia viene revestida de autoritarismo, de fanatismo, por el maquiavelismo de los líderes o por la implantación de dogmatismos que impiden el desarrollo pleno de la ciudadanía. O, en estos tiempos que vivimos, controlar a través de la telemática y de la apabullante evolución de la ingeniería informática, todos y cada uno de nuestros pasos, para, posteriormente, imponernos sin que siquiera nos demos cuenta, qué hemos de leer, qué comer, qué vestir, qué opinar e incluso qué pensar.

Porque, a pesar de lo que pudiera parecer no hay convivencia plena sin libertad de opinión, de movimiento, sin igualdad entre géneros, sin educación, sin una sanidad pública o sin un trabajo digno. Sin esos factores la resultante es una dictadura invisible que impone lo que se ha o no de hacer, y a eso no se le puede llamar convivencia. Hemos tenido y tenemos en el orbe miles de ejemplos en donde radicalismos religiosos, económicos, políticos o filosóficos, se encumbran en el poder, para imponer su receta de cómo hemos de comportarnos, y, a eso, es evidente, no le podemos llamar convivencia. Podríamos definirlo si lo desean, como un grupo de hombres y mujeres que siguen en un lugar dado, sin siquiera tener conciencia de ello, las consignas elaboradas en escuelas de opinión sean éstas las que fueren. Un verdadero esperpento.

Cuando no existe consenso entre la ciudadanía en cuestiones esenciales para avanzar como pueblos, o entre los líderes que representan a la misma en las instituciones públicas, en rigor no hay convivencia; y me atrevería a decir que tampoco una democracia plena.

Y me van a perdonar que lo diga, pero, eso es lo que ocurre en España. Se trata de fagocitar a una parte de los otros, de aquellos que no piensan igual, en vez de llegar a acuerdos de Estado, con el único objetivo de alcanzar el poder o, en su caso, mantenerse en el mismo. Y así andamos, abandonados.

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