Suelo ver poco la tele. Hace unos días, sin embargo, tuve tiempo de echar un vistazo a un programa (de información deportiva, se supone) que hay a la hora del almuerzo. Tras llevarse tres minutos seguidos ofreciendo las imágenes de la llegada al lugar de entrenamiento de veintidós jugadores en sus respectivos veintidós cochazos (información vital para la humanidad, dónde va a parar), continuaron con otros sorprendentes descubrimientos: anunciaron que un brasileño había metido un golazo de falta "¡porque las practicaba cada día!" y que otro jugador era decisivo en los remates de cabeza, -agárrense-… "¡porque también se entrena cada día en esa suerte!". Y, además, al que daba estas impagables exclusivas se le salía el pulmón por la boca cuando las contaba. Cerró la faena una pieza vendida bajo el cebo La afición señala al portero como el culpable de la derrota cuando, en realidad, habían grabado a un tipo (¡¡a uno solo!!) que, muy aburrido y ocioso el hombre, se pasó toda una mañana esperando a la intemperie al guardameta para gritarle "¡qué malo eres!".

Eso en televisión, que siempre nos han dicho que nos vuelve lelos si la vemos demasiado. Pero es que, en programas de radio (supuestamente, de primer nivel nacional), hay periodistas estrellas que vomitan expresiones como "sigue lluviendo", "habían muchos espectadores", "este equipo apreta mucho" o "el partido se ha puesto en franquicia". Y luego está lo de las redes sociales, donde proliferan fantasmas que se inventan casos Watergate cada día y que, por el camino, dan lecciones de periodismo gratis, porque periodista, por si no lo saben, "puede ser cualquiera". Y pintar como Leonardo Da Vinci, también; con tener una brocha o un pincel a mano… No hay que ser Lázaro Carreter para hablar o escribir en un medio ni exigir licenciatura periodística para ejercer como comunicador donde sea, como no es necesario haber conseguido un Pulitzer para dirigir un programa aquí o allá. Basta con tener tres cuartos de sentido común y un cuarto de sentido del ridículo, y me da que eso no lo proporciona ni los miles de seguidores que uno tenga, ni los millones de visitas que pueda tener una noticia ni los billones de retuits que logre un artículo. Seamos exigentes con nosotros mismos, caramba, que después nos quejamos.

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