La nada. Eso es lo que queda del dominical y resumido camino a Ítaca sin alhambras. "Con más rugby tendríamos una sociedad mejor"; mesías venida a la tierra, la he visto aplicar las reglas en torneos universitarios de seven, en concentraciones de niños de menos de 12 años, en campos desiguales de hierba alta y de distintas especies; y en una final olímpica, y en un test match, y en una final de copa. Lo que nos gusta de Alhambra es que estuvo con nosotros en el rugby de Andalucía, y seguirá estando. Es en realidad lo que nos atrae de todos los árbitros, los hemos visto de cerca. Gracias, señor. No hay partido sin ellos; no hay autoarbitraje en el complejo universo que rodea al oval.

Al halo de general de brigada que rodea al árbitro de rugby, vara sobre vara, en Alhambra Nievas se añaden características que a nosotros, los del rugby del sur, nos gustan. Sabe lo que quiere, y lo que quiere es bien simple: "Arbitrar bien el próximo partido". Todo su esfuerzo se concentra en alcanzar ese objetivo cíclico, sin nada más a largo plazo. Y es que, aunque pueda parecer simple, no lo es. Alhambra es expeditiva. Se ha formado para realizar constantemente ese objetivo, y si no lo ha conseguido seguro que ha vuelto sobre esos momentos de errores, cuando estos son monstruos que no han crecido, y los ha devorado. El aprendizaje cortocircuitando el camino que comienza en una derrota (los árbitros también sufren derrotas, y les duelen).

En la última concentración de rugby de la selección andaluza sub-14 visitó a los chicos que pasaban dos días en Málaga. Ahora la ven en revistas, entrevistas en televisión y reconocen la sonrisa que les habló de las normas, y ellos también sonríen. La ven en el campo, arbitrando grandes partidos, y aprenden que a esos campos también se llega desde aquí.

Alhambra no es nuestra, es dueña de sí misma y de todo lo que ha conseguido, pero que quieren que les diga, aun así debemos sentirnos orgullosos de que creciese en los mismos campos que el Tartessos de Huelva, por ejemplo.

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