Desde Kew Road, al oeste de Londres, aún se divisan las gradas al final de Old Deer Park. Un largo camino flanqueado por varios campos de rugby lleva hasta la casa del Dragón. No es difícil imaginarse a un joven JPR Williams en los años 60 caminando por él en solitario envuelto en la niebla londinense, dejando atrás el lienzo con aspecto de terreno de juego que acaba de usar para su semanal obra de arte. Las eternas patillas y la melena cubiertas por el cuello levantado de un abrigo azul marino, el macuto al hombro, la mano libre en el bolsillo resguardándose del frío y los ojos azul humo pensando en el siguiente examen de la facultad de medicina. Líder de una generación que defendió a un club mítico. Fundado en 1885 por galeses expatriados en el Gran Londres, el RC London Welsh vivió con aquel grupo su época dorada. Con el rugby aún inmerso en el amateurismo los dragones llegaron a tener a hasta 7 jugadores en una convocatoria de los British & Irish Lions. Debatiéndose durante años entre la primera y la segunda división del rugby inglés, los London Welsh no supieron digerir el profesionalismo que llegó en los 90. Mala gestión y una estúpida obligación de estar en la cima sin el oxígeno suficiente, llevó a los dragones a la administración concursal en 2009 tras la que fue comprado por Neil Hollinshead. Mala suerte, el nuevo dueño mintió con los documentos que presentó para adquirir el club, y tras una larga batalla las acciones volvieron a sus dueños. La deuda había crecido. El club estaba herido de muerte. No ha sabido adaptarse al profesionalismo, y esta semana pasada, tras descubrirse que el inversor que venía a salvarles desde EEUU era falso, con pérdidas anuales de un millón de euros, las gradas vacías y una deuda inaplazable con el tesoro de Su Majestad, los Dragones han anunciado que van a la liquidación voluntaria. Este fin de semana han sido expulsados de la Copa. JPR Williams, leyenda del rugby galés, ve como han matado a su club. Triste diciembre. Fallece el último Dragón.

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