Elena no pudo aguantar las lágrimas. Cuando llegó el minuto 91 del duelo de Granada, y pese a que el Decano iba por delante en el marcador, la joven estalló, se abrazó a su madre y se puso a llorar. El Recre iba ganando ese encuentro en el que, como estaba claro, no valía otra cosa que vencer. Precisamente por eso, porque estaba tan cerquita el objetivo de volver a Huelva con un triunfo vital, la muchacha, que hasta ese minuto templaba sus nervios manteniéndose risueña y animosa, se derrumbó. Después de otro año durísimo, ya no podía más.

Elena, como todos los allí presentes, vio el desastre pasar por delante de sus narices cuando, en ese minuto traicionero, un balón funambulista se puso a bailar sobre el precipicio a escasos centímetros de la meta albiazul. Esa pelota se paseó por el alambre durante algo más de un segundo, apenas dos, y estoy seguro de que la pobre sufridora, como tantos otros, la vio dentro de la portería con el batacazo que eso suponía. Antes de que sucediera el milagro, a Elena y al resto del personal allí presente le dio tiempo a imaginarse el balón cruzando la línea de gol tras un leve toque con la puntera de un pie rival, después de un rebote en uno de los nuestros o como fuera, pero le aseguro que nuestras mentes vislumbraron cómo el esférico besaba la red y nos hundía. En un attosegundo presentimos el desastre; nos dio tiempo a suponernos nuestras caras, y las caras de los nuestros, desencajadas, y hasta vivir, por un instante, un viaje de vuelta más que desagradable.

Aún no sabemos cómo, pero esa prodigiosa mano de Marc logró detener una bala casi definitiva. Fue un milagro apartar esa pelota del infierno; alguna bota salvadora terminó luego despejando el disgusto, ése que Elena y sus ya muy humedecidos ojos casi no llegaron a ver. No te conocía de antes, Elena, pero el cómo viviste esos angustiosos momentos hará que tu cara no se me olvide jamás, como tampoco olvidaré haber visto a otra persona cercana, hasta ahora siempre templada y entera ante triunfos históricos o derrotas dolorosas, que tampoco pudo esconder, cuando al fin terminó el partido, una lágrima mitad llena de ansiedad y mitad llena de emoción. Esto no ha acabado aún y parece que no acabará jamás pero, eso sí, un día todas esas lágrimas, las que salen queriendo y las que salen sin querer, serán de alegría. Y ese día…

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