Sostenía Bertolt Brecht que solo son imprescindibles aquellos hombres que luchan toda la vida. Solemos ser los humanos producto de temporada, con una vida activa más o menos prolongada y luego lo que a manos venga; están desde los que se aburren o se deprimen o se hunden tras la jubilación hasta los que terminan por considerar que ese estado postrero es lo suyo, que debían haber estudiado para jubilado. Y en esa amplia horquilla andamos la mayoría.

Y sí, están los que luchan toda la vida, los imprescindibles, figuras que suelen coincidir con la del artista, en su sentido más amplio, desde el pintor o el arquitecto más sublimes al zapatero remendón más eficaz; aquellos que cruzan este mundo al margen de fechas y caducidades, de etapas y clasificaciones, aquellos cuya existencia tiene un sentido personal e intransferible, los tocados por bergsoniano "élan vital" de la diferencia.

Suelen estas personas dejar huella, marcas indelebles en el grupo en el que les tocó vivir. Este es el caso de un bollullero al que en estos días lo proclaman hijo predilecto de su pueblo, Jaime Oliveros Camacho.

Jaime comenzó a aparecer en la vida pública de Bollullos casi desde niño, en pleno franquismo, enarbolando la bandera de la cultura, al margen, o por encima mejor, de tirios y troyanos. De los días arranciados de la dictadura pasó a la democracia de manos del Partido Comunista que ganó las primeras elecciones en su pueblo, y sigue navegando sin contestación hasta hoy tras todas las grandes y pequeñas convulsiones de las últimas décadas; cincuenta años, medio siglo en el que ha hecho y sigue haciendo de todo: comisario del 75 aniversario de la coronación de La Virgen de las Mercedes y de otras innumerables exposiciones, presentador y capataz de honor de las fiestas del vino, apoyo a colectivos de toda índole… hasta pregonero este mismo año de su feria; medio siglo modelando un estilo impreso en lo cotidiano y en lo festivo de su ciudad, en eso que termina por ser impronta y patrimonio de una comunidad, su ADN.

Ha logrado Jaime Oliveros lo más difícil, ser profeta en su tierra, si bien hay que decir que es Bollullos una tierra que cree en su gente, que la celebra; si tomáramos su callejero y lo comparáramos con el de cualquier otra localidad próxima, estoy seguro que las calles, plazas, colegios, centros sanitarios… dedicados a su gente triplicaría por lo menos a los que las otras poblaciones han dedicado a sus hijos, y posiblemente aún me quedaría corto.

Y en feliz coincidencia, descubren, el mismo día de la proclamación de Jaime, una placa en la fachada de los juzgados de Bollullos -que a partir de ahora llevarán su nombre- en memoria de Antonio Mateos Lagares, muerto el pasado enero. Cronista oficial, juez de paz durante más de treinta años, los mismos que dedicó a Cáritas, al Proyecto Hombre, a la política como concejal de su ayuntamiento; autor de varios libros de variada índole y exquisita sensibilidad e inteligencia; otro bollullero con el que está en deuda la cultura de la ciudad, otro imprescindible para entender por ejemplo los más de cincuenta años del certamen nacional de poesía Reposo Neble, y las agudas crónicas en los diarios de Huelva y Sevilla de tanto personaje y tanto hito populares de su lugar.

Dos nombres más que se suman a la nómina de bollulleros distinguidos, consignado para la memoria Antonio Mateos en una placa de cerámica azul en la que leemos una frase que un día él escribiera refiriéndose al lugar dónde vivió, trabajó y platicó con sus paseantes: "La Plaza del Sagrado Corazón, que el vulgo conoce como de la Iglesia, es el corazón de este pueblo", y en ella seguro que ahora ronda el suyo. E igualmente el nombre de Jaime Oliveros queda registrado para el recuerdo y reconocimiento, como pregonero de este año, en un exquisito pergamino en piel del artista onubense Francisco Llonís.

Ciudadanos ambos de un pueblo que tiene claro que su fuerza, su esperanza está en su gente, y que tiene claro también, como don Quijote, "que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro".

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