Cada vez que el Decano acumula una semana sin jugar (por fortuna los afectados se han recuperado, que es lo más importante y no conviene pasar esto por alto) queda un poco más patente que sólo vale una machada para intentar salir de ésta, ya sea a la primera -que está harto difícil- o a la segunda -que tampoco es mucho más sencillo-. Uno no quiere mirar de momento para abajo por miedo y vértigo a partes iguales, pero no cesan las preguntas: ¿Hay equipo para obrar el milagro? ¿Hay jugadores dispuestos a liderar el baile en el campo de minas que se avecina? ¿Será capaz Calle de enchufarles para que en el marcador de La Línea no se vea la habitual calamidad lejos del Colombino? ¿Puede este plantel levantarse sin los de siempre empujando detrás, que fueron vitales en otras remontadas en segundas vueltas 'cuasi' milagrosas, hace no demasiado tiempo?

Todas esas cuestiones no me llenan de optimismo precisamente, pero nada me agradaría más que equivocarme en mis presagios, algo que tampoco sería novedad. En lo que seguro que no me equivoco es en que hay quien reza para que esto no se arregle nunca y no ya para soltar su "yo lo dije", sino por el hecho de que cuanto peor le vaya al Decano mejor irán ciertos oscuros intereses. El domingo hablaba con un cadista que, entre tangue y tangue del VAR a su equipo, tenía tiempo para dar ánimos: "mi club estaba casi como el tuyo no mucho tiempo atrás y mira dónde andamos; llegará el día en el que todo os salga bien y todo vaya rodado", me decía. Ojalá, amigo. Yo también recuerdo a ese Granada que deambuló muchos años por Tercera (y hasta con un alien salido de la propia ciudad) y que se rehízo hasta asentarse en el fútbol de élite. Y hay otros cuantos ejemplos de entidades que soportaron tiempos horrendos y a lumbreras inolvidables y hoy cabalgan creciendo con cada paso. Sólo espero que no tarde mucho más en llegar ese día en el que cambien las tornas en el césped y por fin vea la luz tanto esfuerzo por mantener al Recre con vida porque, hasta ahora, parece que el Decano vive en un bucle que ni Antonio Campos en 'El diablo a todas horas' hubiera sido capaz de plasmarlo. No queda otra que tragar saliva (que no es lo mismo que conformarse o no exigir) cogiendo fuerzas hasta que amanezca esa jornada en la que, por fin, hayamos esquivado al diablo. Y, ese día, que Dios nos coja confesados.

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