Análisis

Tacho Rufino

La comida de Navidad, 2021

La hostelería tiembla ante la posibilidad de que las celebraciones de trabajo y amigos se corten en seco por la sexta olaLas fiestas navideñas se acompasan a los ritmos comerciales y de consumo estacional

El eterno retorno es una propuesta filosófica que ha interesado desde hace siglos y a lo largo y ancho del mundo a los pensadores que se afanan en entender la realidad, que casi siempre simplificamos para poder alcanzar tan ambicioso empeño. Puestos a simplificar, y con la dulce laxitud que otorga el sábado a las páginas de periódicos, bajemos la pelota del eterno retorno al césped de otro oficio mucho menor que el de filosofar, el de escribir piezas cortas como quien hace cócteles cuyos ingredientes son la actualidad, la opinión sobre ella y cierta vocación de estilo; la artesanía de combinar párrafos y éstos con el tiempo. Todo aquel que escribe, también el columnista, tiene una caja de herramientas propia con la que trata los asuntos que tocan. Sucede que los temas en boga en cada momento suelen ser cíclicos, como lo es en buena medida la propia Historia, la vida sucesiva de las generaciones. Y las fijaciones -a veces, obsesiones- que caracterizan a cada persona; de forma que la opinión es recurrente, esté escrita en prensa o dicha mientras se prepara una paella, o en Facebook. Entre los ciclos con sus déjà vu -"esto lo he vivido yo antes"-, la caja de herramientas y el almacén de materiales temáticos de cada cual, no cabe sino aceptar eterno retorno como animal de compañía.

El eterno retorno, en formato anual, tiene en las navidades un culmen periodístico, pero también consumista, colectivo, gastronómico, de picos de ventas que dan vida a la hostelería y compensan los meses de resaca y bolsillos rotos. Las comidas de Navidad son un tema recurrente, pero, aunque a veces huela un poco, nunca está del todo manido: y es que la vida se renueva también para las inminentes fiestas de la paz y del amor. Sucede que este año se ciernen nubarrones inquietantes sobre este periodo que solía ser una forma de acercarse a Dios en la religión imperante -y menguante- en el mundo occidental. Los nubarrones también son recurrentes, y esperemos que no acaben siendo otro eterno retorno: hablamos, cómo no, del contraataque sordo de la bestia vírica, de la ya bautizada sexta ola de un Covid-19 que metamorfosea y se resiste a morir, amenazando de nuevo con el colapso sanitario, el trauma colectivo y las acciones gubernamentales con el culete contra la pared.

Las comidas de Navidad son el súmum de los sociófilos natos, de los que tienen alma de nadador dentro de un banco de personas y disfrutan con una bulla, también de los que quieren poner un toque de locura inocente y un contrapunto a sus benditas -o malditas- rutinas diarias, y -anda que no- de quienes darían gustosos el dinero del menú más copa por no tener que asistir al almuerzo o cena. Este año, lo dicho: amenaza de cierre pandémico. Los hosteleros aconsejan adelantar todo lo que se pueda el ágape de compañeros de trabajo, pandilla de juventud, primos y primas, peña o hermandad. Así el sector -y hace muy bien- haría caja, "no vaya a ser que", en una forma de desestacionalización urgente, al estilo de los destinos turísticos de sol y playa, pero con el susto metido en el cuerpo. Los implicados en cada reunión navideña y sus eventuales gin tónics pueden aspirar a dos cenas por grupo homogéneo de comensales antes de fin de año. E incluso, si no ha podido uno estar en todos los frentes, organizar alguna que otra comida de Navidad a la vuelta de Reyes. De esta forma, las Pascuas se quitan completamente la careta y se mimetizan y acompasan con las técnicas de marketing: desde el Black Friday hasta las rebajas, todo es toro. Sí a unas Navidades estiradas, que no falte ni gloria. Porque, y eso no lo puede negar nadie, como se come y se bebe de mucho y, no siempre, de bien en estas fechas señaladas, no se come ni se bebe el resto del año. Que son dos días... o dos meses.

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