Análisis

Exdelegado provincial de Cultura

Con la chaquetilla blanca

Hace años, tantos que no recuerdo, paseando con mi mujer y tres hijos pequeños, nos miraste con ojos de ternura y sonriendo, dijiste ¿dónde vais con estos basurillas? y desde entonces, una licenciada en Relaciones Internacionales, una pintora y un licenciado en Ciencias Políticas no han dejado de recordar aquel primer encuentro ni han dejado de dirigirse a ti como el "basurilla", en alusión imborrable a aquel primer encuentro donde los deslumbraste y sellaste tu imagen en su deambular mundano hasta tratarte familiarmente con tal apodo.

Fue un reguero de lágrimas recibir la noticia, esa imagen risueña de un peregrino montado a caballo con su chaquetilla blanca, su sombrero de ala ancha y su vara de hermano mayor, con una triste nota bajo la imagen: papá, ha fallecido Eduardo, el "basurilla".

Otra vez no, Dios mío, ya te has llevado casi todo lo que has ido forjando en mi vida como fuste de mi propia existencia. Otra vez no: José Luis García Palacios, Miguel Martín Pérez y ahora Eduardo Fernández Jurado, mi hermano pregonero, escritor, creyente, rociero mayor, relator del Jueves Santo sevillano, contertulio brillante, ameno hasta la saciedad, veraz impaciente, río grande de cuanto concierne a Huelva, cercano y audaz, intelectual comprometido, un tanto quevedesco y un tanto soñador, médico por ascendencia como su abuelo, Fernández Tormo, que según cuentan, dijo en la autopsia de William Martin a su hijo y ayudante, también Eduardo : "Niño, hay que tener cuidado con éste muerto, que está muy bien vestido para haberse ahogado".

Amigo de tantas correrías y aventuras, de aquel viejo Pelayo con esos estudiantes charlando, a golpe de "cubilete", mientras el Poncio (gobernador) imponía que el juego cesara a las doce en punto para no oír el griterío estudiante, de aquel viejo Velódromo donde mostrabas el incipiente centro-campismo que te llevó hasta la selección juvenil andaluza, de aquel viejo partido democristiano en el que diste tus primeros pasos políticos, de aquellas reuniones ocultas en el desaparecido comedor del Tartesos, con liberales, social-demócratas y andalucistas (el grupo de los 12) mientras la "brigadilla" acechaba, de aquellas con Ramiro Guinea en la Cope, de la espectacular escenificación por fandangos "y después América". Ná más, ná menos.

Yo te he visto salir como un torero a hombros después de aquel pregón mayor de la Semana Santa que cantaste en el salón de Educación y Descanso, uno de tantos y tantos que nunca rechazaste por humilde que fuera la Hermandad, te he visto en los caminos, en la huella de tanta devoción anónima tras la Señora en su Carreta y te visto en la Ermita, sumido entre silencios bajo el surco que cerca a la Blanca Paloma, con sus tres atributos: el sol, las doce estrellas y la luna, bajo sus pies, te he visto absorto en la distancia, con la humeante cachimba en el debate inspirador, que sólo gozan, quienes van más allá de lo banal, quienes se aferran al rito de la consagración en la belleza, en el jazmín que impregna las noches "pasionarias", mientras que penitencias con Jesús del Calvario y te he visto luchar por las causas perdidas y ser vetado, una y otra vez, por ser incómodo, inadaptado a las reglas de juego censadas, por perturbar lo rutinario y anodino.

Ya sé que a través del camino has tropezado muchas veces, igual que tantos sabios, creadores, idealistas, dialécticos, pensadores, desiguales en genio y en figura a tanta filfa que pace en las alfombras y salas esmaltadas.

Tú has sido "esencia" del puro onubensismo, el orador de salves azuladas en las arenas de gracia y ventura, que el Rocío, como bien dices, no es mortificación sino alegría porque el Espíritu de Dios habita entre nosotros y se hace manifiesto en María de las Rocinas.

Fuiste un privilegiado, un escogido, un buscador que afronta la tormenta y soporta el dolor y el error tan humano como la propia naturaleza.

Qué bien te cuadran aquellos versos de Fernando Villalón cuando describe el paisanaje rociero que tanto has sublimado: salinas de los pinares/ donde se peinan los pinos/ cuando los despeina el aire.

Por cierto, no olvides recordar al que guarda las llaves del Reino que esté presto, porque el próximo Lunes del Rocío le dirás, con gracejo, "salta la reja San Pedro, se acerca la madrugá".

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