El Decano está expoliando esta temporada gran parte de su patrimonio deportivo y social que tanto ha costado, cuesta y costará mantener tras 131 años de linaje y de genética de dignidad de ascendientes y descendientes de la familia recreativista, entre evitar tragedias y luchar a lo heroico con acciones abnegadas acumulando gestas. Y ahora este Recreativo lleva 196 días de calvario eterno desde que el 18 de octubre de 2020 iniciara esta peregrinación zumbando de un terreno a otro sin soluciones y conociendo el horizonte de su lastre bajo el síndrome del ridículo.

Ni en las peores pesadillas imaginaba sus fieles incondicionales un itinerario señalado con cruces y rezos cubriendo una zona catastrófica. Y es que no han acertado ni rectificando. Pouso llegó como revulsivo y ha sido incapaz de producir efectos beneficiosos: derrotas y descontrol. Y el cuento de nunca acabar: su revulsivo sólo ha sido un discurso inicial alentador. Una decepción con decaimiento del ánimo.

La realidad es la escena de la deshonra hacia la quinta categoría del laberinto del fútbol español diseñado por el visionario Luis Rubiales. El Decano pasó su última etapa en el grupo IV de Tercera División en el ciclo 1973-74, entonces era la tercera categoría a nivel nacional. La paciencia y el saber estar de la afición han sido incontestables, pero su malestar y la repulsa se quedan dentro del perímetro del campo contra los culpables. La crispación y la frustración no deberían extenderse al ámbito familiar. Cada crítica en su sitio: rectores, cuerpo técnico y plantilla. ¿Y estos jugadores ineficaces de defender una camiseta de tanto peso histórico durante 22 partidos, ahora tendrán el vigor y la vergüenza de responder a la estima y el respeto de su propia dignidad sumando los 12 puntos en juego? Un equipo al que le han faltado orgullo y alma. El honor y la reputación del Decano lo merece como herencia de un patrimonio.