Hay. Hay días en los que uno sabe que debe tener la televisión encendida, aunque sea de fondo. En el mundo distópico de la pequeña pantalla, ese en el que detrás de todo decorado glamuroso tan solo queda oscuridad cochambrosa y cables enredados dispuestos a hacerte caer, hay días en los que el destino se alinea dispuesto a escribir nuevas líneas de nuestra historia. La televisión, esa fiel aliada para lo bueno y para lo malo, nos acompaña y nos ayuda a comprender qué está pasando ahí fuera. Hoy, ahí fuera, se cierra una etapa gloriosa para el entretenimiento en España. Hoy se acaba Sálvame.

Catorce años y más de 3.500 programas avalan un formato que ha marcado un antes y un después en la televisión de este país. Un modelo de entretenimiento único y avispado, grotesco en muchas ocasiones, que ha apostado en todo momento por no dejar a nadie indiferente, atrapando al que rehúye y sorprendiendo al espectador de siempre. Desde aquella noche de 2009 hasta la tarde de esta agridulce verbena de San Juan, el Estudio 1 de Mediaset España ha presenciado todo tipo de situaciones y momentos televisivos únicos. Sálvame ha perpetrado la televisión que ceba contenidos y muestra sus entresijos. La que no tiene miedo a la imperfección, encontrando en ella la identificación de la audiencia. En Sálvame se ha llorado, se ha reído y discutido. Se ha vivido. Y por eso han durado tanto tiempo, porque han acompañado a muchísimas personas, muchas de ellas mayores, que anhelan vivir y que, desde sus casas y utilizando la herramienta tecnológica más democrática, el mando a distancia, han permitido a una flota de personajes histriónicos que vivan por ellas. Sálvame es la cuna de los memes, la fábrica de un diccionario propio. Twitter no se entendería igual sin Sálvame y viceversa. E l programa no muere, simplemente se va de viaje. A partir de hoy las tardes de Telecinco serán invierno total. A la espera de que La Fábrica de la Tele detone las últimas bombas de su historia, ya echamos de menos el pulpillo y la sala de los Ciervos, el chuminero o los paseos en directo por los pasillos más famosos de la TV.

Estos días no puedo evitar pensar en Mila Ximénez. ¿Qué pensaría? Se pegaría un berrinche, claro. Tras cada decisión de la nueva directiva de Mediaset Mila espetaría su clásico “no para, no para, no para”. Me da pena porque dicen que solo muere quien se olvida y, si bien es cierto que dudo que nunca olvidemos que esta bendita locura ha existido, es inevitable que a partir de hoy los recuerdos de Sálvame comiencen a diluirse en el imaginario colectivo. Hoy vuelve a morir Mila Ximénez. Espero que la nueva inquilina, que puede empatizar mucho con lo que sufrió la colaboradora, tenga la decencia de no borrar el mural que da nombre al plató. Un plató que hoy apaga sus luces hasta septiembre.

Cuando se vuelvan a encender no será lo mismo, está claro. Esta pulsión la hemos perdido los “rojos y maricones” que tanto ha reivindicado Jorge Javier Vázquez. El de Badalona ha hecho y hace mucho bien a nuestra televisión y espero que vuelva pronto. Hoy acaba Sálvame. La infoxicación cogerá las riendas de una franja que hasta hoy respiraba libertad.

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