Análisis

Sixto Romero Sánchez

Profesor de la Universidad de Huelva. Presidente de la Academia Iberoamericana de la Rábida

Nacimiento de las academias y sociedades científicas (I)

La idea de progreso, representada por la Scienza Nuova, Nueva Ciencia, es una de las bases más importantes de la Modernidad en la que se basó el modelo filosófico y social, que va a representar la introducción de un nuevo método. Se queda obsoleta la vieja ciencia, y el científico ya no especula de forma teórica, si no que observa empíricamente y experimenta. El científico se atreve a indagar. Estos procesos experimentales se convierten, por tanto, en indispensables para la ciencia y se usan las matemáticas como método para explicar la realidad.

Si Aristóteles era el padre de la ciencia antigua con su técnica de la deducción (pasar de preceptos universales a particulares), Bacon introduciría los preceptos para que se pudiera llevar a cabo en su novum organum, la nueva ciencia. Sería el método inductivo.

Además, surgen dos partes del método que fija Bacon:

–La parte crítico-negativa (pars destruens) en el cual se destruyen, a raíz de la duda, todas las hipótesis anteriores que no tengan una base irrefutable a través de los métodos de la nueva ciencia.

–La parte constructiva (pars construens) donde se lleva a cabo la inducción para alcanzar el conocimiento verdadero.

Me parece muy relevante, el trabajo de Antonio Roca-Rosell, sobre la aparición y la existencia de sociedades y academias científicas. En un excelente trabajo reflexiona en torno a la disyuntiva si representan estrategias sociales o elitismo. (Lectura que recomiendo http://quark.prbb.org/28-29/028085.htm).

“… La Royal Society en el Reino Unido o la Académie des Sciences en Francia responden a dos modelos distintos de institucionalización del conocimiento que, desde el siglo XVII, impulsaron la investigación y la educación científica y técnica… En España, el fenómeno de las academias y las sociedades científicas tiene su origen en el movimiento novator y en la Ilustración y la primera institución, la Regia Sociedad de Medicina y Demás Ciencias de Sevilla, se creó en 1700, la más antigua de Europa… No siempre se tiene conciencia de que la actividad científica no es únicamente una actividad intelectual personal, sino que tiene una dimensión social muy importante. Una expresión de este carácter social de la ciencia es, sin duda, la constitución de agrupaciones de científicos, que empezó a tener relevancia a partir del siglo XVI, cuando por primera vez la actividad científica ya no fue vista como individual, sino que necesitaba colectivos de cooperación y debate…” (sic).

Se puede afirmar que en un primer periodo las academias no fueron corporaciones e instituciones en las que la producción científica fuese el leitmotiv de su existencia. Hay que recordar a la escuela platónica. Sócrates, Platón y Aristóteles, unidos por una invisible y sólida cadena de transmisión, fueron grandes maestros que comunicaron sus saberes a través de la mayéutica (método filosófico que emplea el diálogo como instrumento para llegar al conocimiento) con clara evidencia en los momentos que les tocó vivir, que se exponían en lugares específicos, espacios en los que se encontraban verdades que resuenan hasta hoy. La plaza pública en el caso de Sócrates, la Academia de Platón y el Liceo de Aristóteles: “… espacio, como un componente del proceso docente-educativo, se configura simbólicamente, es y a la vez significa, muestra y oculta algo, es un lugar donde habitan personas, un filósofo, el maestro por excelencia y sus discípulos, los ávidos por ser en el mundo…” (Acerca de dónde enseñaron Sócrates, Platón y Aristóteles o sobre el silencio en los espacios dialogantes”, http://bibliotecadigital.udea.edu.co/handle/10495/3232).

Las academias y sociedades se desarrollaron en el momento en el que surgía la profesión de científico, pero no hay que establecer una relación mecánica entre un proceso y otro. En ciertos países, como Inglaterra, las academias y sociedades impulsaron la investigación y la educación científica y técnica, para compensar el hecho de que las universidades no estaban por la labor de su participación e implicación en ellas. El rol de profesionalidad de los investigadores científicos debía superar aún muchos obstáculos en el siglo XIX. Así, en Francia, en el mismo periodo las academias y sociedades sobre todo provinciales fueron el contrapeso al centralismo de París, a pesar de que la administración centralista las intentó gobernar, controlar y/o coordinar en todo momento (Fox, 1980). Representaban una movilización cultural y científica paralela al desarrollo económico y cultural regional que tenía lugar frente al centralismo radical heredado del Antiguo Régimen y reforzado por la Revolución y los regímenes que la sucedieron.

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