Este sábado se juega la final de la Champions. Si, ¿no se habían enterado? Se disputa en el Reino Unido, en una ciudad pequeña, en un estadio con mucha solera de rugby: Murrayfield, Edimburgo (Escocia).

Uno de los finalistas, el francés Clermont-Auvergne, viene de eliminar al también francés Toulon, tricampeón entre los años 2013 y 2015, que además lo apeó de la competición en dos semifinales de esos tres torneos consecutivos. Clermont es un club construido a golpe de talonario, al igual que muchos de sus competidores en la liga francesa. Hijo de un modelo que amenaza con morir de éxito. Ya no queda nada del rugby champagne ni de aquellos equipos sureños plagados de estrellas locales. Ahora Clermont va a la final jugándolo todo a su delantera, y como el resto de los grandes clubes galos plagado de estrellas mundiales. Su filosofía traiciona aquel jeu de mains del XV del Gallo. Esa traición fue la reacción a aquel Stade Tolousain que dominó Francia y Europa con manos ligeras y un juego inimitable. Esta involución ha afectado notablemente a la selección francesa, que sigue en el diván tratando de encontrarse a sí misma. Y así las cosas entre los gabachos, el otro equipo, proveniente de la pérfida Albión, es el representante europeo del nuevo rugby colectivo; preciso y precioso. Liderados por Owen Farrell, apertura o centro de la selección inglesa más potente que yo personalmente he conocido, Los Sarracens son los favoritos (repetirían título). El juego del hemisferio sur ha encontrado en estos maravillosos Sarracens una cabeza de playa para desembarcar en las seis naciones del norte. Lo más curioso de este equipo es que concentra a una gran cantidad de jugadores ingleses conforme vamos hacia atrás en la formación. El mundo al revés.

Los jugadores a seguir en el partido de hoy son el ya nombrado Owen Farrell y el segunda línea Maro Itoje, el más joven en la próxima gira de los Lions. Por parte de los galos, la clave es que funcione la bisagra que forman Parra y López. Yo voy con los de Saladino.

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