Sabe Dios que no suelo poner el grito en el cielo a las primeras de cambio, pero fue tan malo el partido del pasado domingo que, siendo esto tan corto, quizás lo mejor es que salten las alarmas en cuanto se ve tal juego anodino, tan falto de ideas y tan escaso de recursos a un equipo al que, en teoría -y más en casa-, se le debe exigir todo lo contrario a lo de hace dos días.

A mí no me vale que en la primera parte hubiera tres cositas medio decentes, que el rival se cerrara demasiado, el agarrotamiento por el estreno casero, por la camiseta, por el peso del escudo o porque la abuela fume. Es que ni a balón parado ofrecimos peligro real, que ya es triste esa rémora en noventa y tantos minutos. Que no era el Bayern lo que estaba enfrente, sino un rival -con un mérito tremendo- que, desde el minuto uno, logró que se jugara a lo que él quería: un ritmo lentísimo y que nadie rompiera su coraza bien pertrechadita para sacar petróleo a lo poco que tuvo arriba, como así fue. Si no mostramos argumentos para crear fútbol en el Colombino frente a un equipo ordenadito, apaga y vámonos. Y si los que supuestamente llegaron para desequilibrar no aparecen por el campo de inicio y, cuando entran en escena (me da igual que sean cinco, diez o quince minutos), no cambian absolutamente nada es para hacérnoslo mirar urgentemente.

Recuerdo oír a Marcelino decir que él siempre suspiraba por buenos comienzos porque partir con la rémora de tener que remontar se traducía en un cansancio moral extra que acrecentaba, en exceso, la ansiedad y los nervios de todo el mundo y pocos jugadores -y menos entornos- suelen estar preparados para tal reto. El inicio de liga del Recre es malo; si se gana el domingo se podrá tildar de regular; si no se vence, la salida de esta carrera habrá sido desastrosa. Al fútbol se suele ganar por calidad, experiencia, táctica, suerte y otras variables, pero no son pocas las escuadras que rinden extraordinariamente bien con la suma de orden, casta y corazón, viniendo luego todo lo demás de forma agregada. La grada no merecía el feo sopapo del domingo. Menos mal que aún hay tiempo para reaccionar porque, imagino, algo se habrá aprendido del pasado más reciente.

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